lunes, 5 de mayo de 2025

Cómo empezar tu novela: Un tipo normal. Capítulo 1

 


Terminé, salí del sistema, saqué el pendrive y lo deslicé por el bolsillo del delantal. Tras lo cual, con el sigilo con el que sólo yo sé moverme, me deslicé fuera de la habitación como un gato en la noche sin luna más oscu…

—¡Marioooooooo! — La voz aguda y chirriante me taladró los oídos segundos antes de notar el fuerte impacto contra mis piernas. Logré recuperar el equilibrio por los pelos. Miré hacia abajo con el ceño fruncido porque ya sabía lo que me iba a encontrar.

—¡Mariooooooo! —volvió a chillar la personita rubia que se aferraba a mí como si fuera lo único que pudiera salvarle la vida.

—Sssssssh sssssssh—le chisté al borde de un ataque de pánico.

Si me encontraban allí me iba a resultar muy difícil explicar la situa… Un sutil ruido hizo que un escalofrío me recorriera la espina dorsal de arriba abajo.

Intuí la presencia antes de verla aparecer por el arco de la puerta. Unos segundos después, la imponente ama de llaves se asomó con cara de pocos amigos.

—Qué hacen aquí—ladró.

—Tamos jugaaaaando —volvió a vociferar el pequeño monstruo todavía adosado a mi persona—¡¡Le enconté!! —anunció rebosante de felicidad apretando aún más el agarre.

El gesto de la ogra, guardiana de la mansión, se dulcificó ligeramente y yo comencé a respirar de nuevo. A lo mejor hasta me libraba gracias a la misma persona que me había metido en el lío.

Intenté sonreír con mi aspecto más inocente. Y les aseguro que las apariencias de inocencia las clavo. Claro, que nunca me había visto en una situación semejante, con un incordio de cría boicoteando mi trabajo a cada paso que doy.

—Señorita Claudia —le reprendió el ama de llaves con un tono más dulce del que seguramente pretendía —. No se coma las letras. Hable bien. Ya sabe que al señor le molestan los ignorantes.

—Zí, Mabel—contestó la pequeña con un mohín de contrariedad.

¿Por qué le piden peras al Olmo? Se ve a la legua que la cría no tiene ningún interés que mejorar su dicción.

—Me tocaaaaaa—gritó la pequeñaja soltándome por fin, esquivando a la robusta señora y trotando como una cría de elefante por el pasillo

Ya era oficial. Me había dejado sólo ante el peligro.

El peligro me miró de arriba abajo frunciendo aún más el ceño.

—Y usted es…

No es raro que no me recuerden. El peinado, la expresión de mi cara, la postura corporal…. Todo está medido para ser anodino, corriente y, en definitiva, invisible. Esa es la clave de mi éxito. Pero ahora, la maldita ama de llaves me estaba viendo. Viendo de verdad. Fijándose en mí. Esta no te la perdono pequeño demonio.

Tragué saliva y contesté con tono monocorde.

—Mario Navarro —Un nombre ni muy común, ni muy extraño. No llama la atención en ningún sentido —. Comencé a trabajar aquí el martes de la semana pasada —Nunca hay que dar fechas exactas, pero sí dejar claro el dato principal. Nada que llame la atención ni por un lado ni por el otro.

Mabel, para la niña, y la señora Ramos, para mí, me dio un último repaso, asintió y se apartó de la puerta para dejarme pasar.

—No me suena que pertenezca al equipo de limpieza que se ocupa del despacho del señor Montalvo. ¿Cómo ha logrado acceder a esta estancia? —comentó de una forma que a mí me pareció bastante amenazadora. Me estrujé las neuronas, pensando a toda velocidad.

—La puesta estaba entreabierta— A veces lo más sencillo es lo más verosímil. Que se lo crea. Por favor, que se lo crea.

Redoblé mis esfuerzos por parecer un pobre desgraciado de lo más inocente y ella pareció notar el impacto de mis encantos de normalidad e insulsez.

—Entiendo que la señorita Claudia puede ser a veces muy convincente y persistente, por decirlo de alguna manera, pero hay líneas que no se pueden cruzar —El final de la frase la pronunció endureciendo el tono y entrecerrando los ojos.

Mala señal. Malísima señal. Creo que se ha quedado con mi cara.

—Entenderá que no esté permitido que el personal doméstico se mueva a sus anchas por la casa— continuó sin el menor rastro de la ligera dulzura que había usado con la niña.

Tragué saliva ruidosamente mientras asentía. A veces un silencio es más conveniente que cualquier frase que se me pueda ocurrir.

—Veo que lo ha entendido, señor Navarro—Mierda. Se quedó con mi nombre—. Espero no volver a verle fuera de su área de servicio.

—Sí, señora—susurré con los ojos tan bajos que casi me clavaba la barbilla en el pecho.

Y, sin esperar ni un segundo más, pasé frente a ella, atravesé la gruesa puerta de madera noble, de la que me había costado un sufrimiento hackear el código, y me alejé por el pasillo con un medido paso tembloroso del que sabe que ha hecho algo malo por ignorancia y no para robar importantes datos acusatorios con el fin de venderlos por una más que jugosa cifra al mejor postor.

Se me presentaban varios problemas. El primero, todavía me quedaba por explorar los dispositivos del hijo mayor para sacar mayor rendimiento a mi trabajo. Segundo, no podía lanzar al mercado lo que tenía aún porque era obvio que había dejado de ser invisible y si se daban cuenta de lo que hacía, la noticia se correría como la pólvora. Y, tercero, ¡qué tercero ni qué porras! El mayor y único problema del que colgaban el resto era esa niña. Esa maldita mocosa que fijó sus inocentes ojitos en mí desde el primer día y desde entonces no me deja en paz. ¿Por qué? ¡¿Por qué?! Hay empleados más guapos, más simpáticos, más inteligentes, más tontos, más todo. En eso se basa mi fachada. En no destacar en nada. Y, de repente, a la personita más escandalosa del organigrama le da por encapricharse del personaje más gris de la ecuación. Cómo esto siga así voy a tener que tomar medidas contundentes. Sí. No es la primera vez que me toca deshacerme de algún inoportuno…

—¡Mario! —Hablando de la reina de Roma —. No haz contado. Tienes que contar azí: uno dooooooz, teeeees…

Ya sabe contar, pero no es capaz de hablar correctamente. Si es que para lo que quiere es muy lista.

Yo también cuento para mí mismo para conservar la calma. Respiro profundamente y…

—Señorita Claudia, no puedo jugar. Estoy trabajando.

Ahí están. Los ojos cuajados, la boquita torcida, la respiración cada vez más acelerada y finalmente el llanto desaforado. ¡Así es imposible pasar desapercibido!

Una de las doncellas cruza el pasillo lanzándome una mirada de desaprobación, pero no se para a atender a la chiquilla, la muy bruja.

Ha llegado la hora de tomar decisiones. Primera, desaparezco por un tiempo, algo muy poco recomendable en mi profesión si no quiero que se coman mi tortilla. Segunda, simular un accidente con cierta niña y aprovechar la desolación familiar para acabar con mi misión actual, aunque si esto sigue así será muy difícil poner a circular la información sin que alguien piense en mí. Lo que significa que no puedo perder más tiempo.

 —Señorita Claudia, cálmese. ¿Qué le parece una carrerita por las escaleras?

—Zíiiiiii

El torbellino sale disparado hacia la escalinata del final de pasillo sin comprobar si la sigo. Perfecto. Ahora sólo necesita un empujoncito y…

—¡Claudia! No corras por los pasillos. Te lo he dicho millones de veces.

Un hombre joven, agarra a su hermana en plena carrera y la carga en brazos. Es el mayor de todos. El que ostenta un puesto importante en la organización y me puede abrir la puerta a muchos millones.

Me quedo todo lo rezagado que puedo para evitar llamar su atención.

—Mario no quiere jugá conmigooooo. Pablo, dile que juegue conmigoooo.

Maldita cría del diablo.

Como no, Pablo repara en mí.

—Mario hace muy bien—le conmina a su hermana—. Dile a tu nani que te lleve al parque. Hoy hace un día estupendo.

—¿Venes conmigo? —inquiere la pequeña llena de ilusión.

—No cariño. Tengo que trab…—Otra vez lo berridos del angelito me taladran los oídos.

Su hermano me mira por encima de sus rizos rubios con algo que se podría definir como desesperación. Tengo un mal presentimiento.

—¿Qué te parece si os acompaña… esteee… Mario, ¿verdad?

—Ziiiiiii

Nooooooo. Ahora sabe mi nombre.

Definitivamente, tengo que arreglar este problema ya mismo.

Pero, por el momento, me veo con la cría y su niñera ante uno de los coches familiares rumbo a un puñetero parque infantil y sin poder hacer mucho para evitarlo. ¡Ni mucho ni nada! Sin poder hacer nada para librarme de este infierno.

—Buenos días, señorita Claudia —oigo que saluda el chófer al pequeño monstruo.

Sin dilación, le abre la puerta y la ayuda a ocupar su lugar sin esperar que la nani y yo nos acomodemos. Bien, bien. Somos del servicio. Es decir, invisibles. Empiezo a sentirme mejor. Un poco más animado, me acomodo en uno de los asientos traseros, porque el del acompañante es ocupado por la niñera con la rapidez del rayo. La explicación es obvia: el chófer está como un tren. Es un dato objetivo. No es que me gusten los hombres, aunque tampoco me vuelvo loco por las mujeres. La verdad es que no tengo mucho éxito en el apartado romántico, ni me entusiasma que nadie repare en mí. No soy una persona muy pasional que se diga. Más bien pragmática y racional al 100%.

Nada más arrancar, la maldita cría se quita el cinturón y se tira sobre mí.

—Pero qué coñ…. Digo, señorita vuelva a su sitio y abróchese el cinturón—le exijo recomponiéndome a marchas forzadas de la sorpresa.

El vehículo disminuye la velocidad hasta quedar parado, mientras yo obligo a una niña muerta de risa y que se retuerce como una lagartija a volver a su lugar. Puede que le apretara el cinturón un poco más de la cuenta, pero ella ni se inmuta y sigue con su juego de escapismo. Ya le apretaba yo el cuello, ya. Pero cada cosa a su tiempo.

—Atenta a la ventanilla, señorita Claudia. Vamos a contar coches rojos y el que vea más, gana.

Era un juego que hacía de niño y parece que funciona con el pequeño diablo rubio. Por fin, logro que se quede en su sitio, aunque totalmente encorvaba hacia el cristal en una postura muy poco natural. Me lo tomo como una prueba de mis sospechas de que está poseída.

Vuelvo a mi sitio y me percato de que la niñera me está mirando fijamente con una expresión de “ves lo que tengo que aguantar” nada disimulada. Desde el reflejo del espejo delantero, el chófer también me mira con una actitud difícil de identificar. Algo parecido a ¿ternura?

Me sonrojo ligeramente por la ira y me giro hacia la ventanilla intentando fundirme con la tapicería. Otros que se van a quedar con mi cara.

 

Por fin nos ponemos en marcha y no tardamos en aparcar en el parking de un enorme y opulento parque de esta urbanización de multimillonarios. Menos mal, porque ya no podía soportar la caótica cuenta de coches rojos.

—Tres mil ochenta mil coches rooojoooos—canturrea Claudia a la par que se quita el cinturón con sorprendente habilidad y salta sobre mí para abrir la puerta del coche. Llamadme loco, pero ¿no hubiera sido más fácil salir por su lado sin atropellar a nadie? No contenta con eso, me agarra del brazo y tira de mí hacia fuera gorjeando como una pajarraco bebé. O como creo que gorjea una pajarraco bebé.

No me queda otra que seguirla. Oigo un portazo a mis espaldas y supongo que será la niñera bajando del coche sin muchas ganas.

Ya podría echarme una mano o lo que fuera.

Pero no. Tras más de una hora corriendo tras un torbellino hiperactivo lleno de malas ideas, me queda muy claro que estoy sólo en esto.

—Cógeme, Marioooo —grita mi torturadora como una posesa.

Durante un milisegundo, me planteo retirar los brazos antes de que salte desde lo alto del castillito y me la imagino con el cuello roto en el pavimento de caucho del parque infantil. Qué satisfacción me produciría. Qué paz. Pero no lo hago.

Antes he mentido un poquito. Sí que he eliminado a personas potencialmente peligrosas para mí de la ecuación, pero no ha sido literalmente, más bien, haciéndolos desaparecer de la escena mediante trampas y encerronas perfectamente planeadas y elaboradas. No de una manera física relativa a dejar de respirar. Si no, mas bien, relacionada con mis extraordinarias habilidades como hacker informático. Y todas mis víctimas eran mayores de edad.

Este bicho no es un angelito precisamente, así que no voy a lograr convencer a sus padres de que la envíen a un internado creando pruebas falsas de un pésimo comportamiento. Estoy seguro de que, aunque apareciera cubierta de sangre de los pies a la cabeza y agitando el brazo arrancado de, yo qué sé, la cocinera, por ejemplo, entre las manos, sus progenitores ladearían la cabeza, abrirían sus bocas ligeramente y entonarían un empalagoso “Ooooooh” a duo.

Una pequeña rodilla se me clava en las costillas durante el torpe aterrizaje de la cría, dejándome sin aliento.

—Ota veeeeeez —chilla la causante de todos mis males reventándome el tímpano derecho.

La dejo en el suelo para que corra de nuevo hacia la ridícula estructura y me giro hacia el banco en el que la nani parece estar totalmente absorbida por el móvil, aunque la delata una ligerísima sonrisita. Será perra. Aprieto los dientes y me preparo para recibir un nuevo ataque aéreo del torbellino rubio.

Yo ahora tendría que estar averiguando el código de entrada del despacho del hijo mayor del capo y no aquí recibiendo accidentales patadas, rodillazos y tirones de pelos. Además, mi espalda no va a resistir muchos empellones más.  La niñera se está riendo descaradamente oculta tras la pantalla. No puedo verlo claramente, pero estoy segurísimo. Esta se la guardo. Ya le desaparecerán algunos miles de euros de su cuenta bancaria. O quizá la borre del sistema de salud. No. Mejor, mejor. ¡Voy a incluirla en la lista de delincuentes por delitos sexuales! Ríete mientras puedas desgraciada.

—Mariooooooo —Y dale con mi nombre. Me lo va a desgastar. Aunque, si lo pensamos bien. Ni siquiera es mi nombre real y juro que nunca más volveré a utilizarlo. Lo quemaré en mi memoria con el fuego del infierno hasta hacerlo desaparecer hasta de mi subconsciente. Nunca he acabado con la vida de nadie, pero siempre hay una primera vez para todo y esta enana se está ganando a pulso el honor de graduarme como asesino.

Ya casi cae la noche cuando la niñera por fin se decide a intervenir.

—Señorita, ya he llamado a Ramón para que venga a recogernos. Estará aquí en unos minutos, así que prepárese para marcharnos

—Nooooo —gime el pequeño monstruo incansable.

Síiiiiiiii. Por fin. Me duelen hasta músculos que no sé cómo se llaman. Incluso, algunos que ni siquiera sabía que existían. Creo que, por hoy, mejor me meto en la cama. No creo ser capaz ni de pensar en algo mínimamente coherente. Maldita cría pegajosa. Me ha agarrado la mano y no la ha soltado en todo el viaje de vuelta sudándomela por completo. He pillado al chófer mirándonos de nuevo con expresión de atontado. Se le caía la baba con la escena. Decidido. Primero me la cargo, luego desaparezco de la mansión con lo que tenga y luego ya veremos.

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