sábado, 4 de noviembre de 2023

La madriguera

 

Este relato también lo ha escrito mi hijo Daniel para el concurso IV Concurso juvenil de historias #Historiasdejóvenes

Cuando pasó la historia que os voy a relatar yo aun era un niño. Marcó por completo mi vida, me hizo madurar a la fuerza y comprender que un paraíso, estando solo, es como el más lúgubre de los infiernos.

Tenía unos seis años y me encontraba en un pequeño cobertizo de madera. Ese era mi pequeño cuartel, donde pasaba horas jugando con mi imaginación. Era por la tarde y, en poco tiempo, tendría que ir a cenar. 

Me fije en un amplio hoyo que se formaba en el suelo del cobertizo. Como era un niño sin preocupaciones no dude en meterme dentro. Era claustrofóbico y muy estrecho. Cada paso que daba me manchaba la ropa de barro y raíces. Se me hizo muy largo el recorrido, pero notaba que cada vez se agrandaba más y más, hasta que llegué a una pequeña habitación hecha de lo que parecía ser tierra, pero muy pulida para que encajara como pared.

Me fije sorprendido en los muebles, hechos de barro solidificado. Tenían acabados fabricados con raíces, aparentemente hechos a mano a mano, y la habitación bajo tierra tenía una buena iluminación, que no sabía de dónde podía venir. Cuando alcé la mirada, pude ver un trono no demasiado grande, pero, lo que más me sorprendió, fue el gran y gordo conejo que estaba durmiendo en el mismo.

El conejo notó mi presencia, abrió los ojos y me miro sin levantarse de su asiento.

—Hola chico. Me llamo Mr. Botton y me da que has acabado en un lugar en el que no deberías estar.

Estaba muy extrañado de tales palabras. Él era un conejo con un traje elegante y una corbata color rojo como el vino. Se encendió un puro y lo mantuvo en su mano izquierda, mientras que con la derecha se recolocaba unas gafas redondas sobre la nariz.

En mis recuerdos no estaba tan asustado de encontrarme en esta situación como lo estaría ahora mismo. Entonces, el conejo interrumpió mis pensamientos con una aclaración muy devastadora.

—Lo siento chico —dijo con voz gruesa —. No podrás salir de esta madriguera, pero yo dejare que te quedes como si fuera tu casa.

Después de decir esta frase volvió a dormitar.

Me queda impactado por las palabras del animal, pero, aun así, no estaba asustado, ya que el animal desprendía un aura de bondad que te daba una buena impresión y tranquilidad absoluta. 

Pasaron los días y el conejo siguió dormitando. Mientras, revise la madriguera. Ésta consistía en muchos túneles que llevaban a una gran variedad de habitaciones: comedores, huertos, piscinas, salones, hasta patios dentro de la madriguera. Fácilmente serian unas cien estancias. El misterio de la iluminación bajo tierra seguía presente, pero no me preocupaba descubrir la razón.

Con el paso del tiempo me di cuenta de que las paredes eran muy blandas y también que había grandes almacenes con todo tipo de comidas. Unos días después de empezar a investigar la gran madriguera, me di cuenta del significado de las palabras del conejo, ya que no había encontrado ningún tipo de salida.

Pasaron los meses y, cada tres semanas aproximadamente, el conejo se despertaba y hablábamos. Yo ya me había atribuido una habitación, ya que toda la madriguera estaba completamente vacía y el conejo nunca se levantaba de ese sofá. Le visitaba de vez en cuando y parecía tranquilo, como si no le importara lo que pasara a su alrededor. Cada vez me iba adaptando más a la madriguera, conociendo todos sus rincones. Tampoco llegué a aburrirme nunca por todas las actividades que podía hacer en ella, y, una cosa que me llamo la atención fue que no eché de menos ni mi vida ni a mi familia. 

Pasaron cuatro años y yo ya había crecido, llegué a tener una muy buena relación con Mr. Botton y me sentía feliz, pero notaba que esa madriguera me limitaba y buscaba más, o, mejor dicho, aspiraba a más que a quedarme allí. De repente, ya no me gustaba la madriguera. Al revés. La odiaba y aborrecía. Quería destruirla con el propósito de escapar. Quería volver a mi antigua vida.

Lo que averigüé del conejo estos años fue que él tuvo una familia, pero en un blanco, y a la vez oscuro invierno, sus hijos murieron de desnutrición y le dejaron solo. Él se enterró bajo tierra con la intención de suicidarse. Pero, cuando despertó, se encontraba en esta extraña madriguera. Volvió a tener ganas de vivir al llegar, pero al saber que no había salida se negó a moverse. Por lo que permaneció inmóvil durante todo este tiempo esperando su muerte. Pero por más que esperaba, ni el hambre ni la sed llegaban a él.   

Yo, por mi parte, empecé a caer en la desesperación y, con tan solo diez años, me obsesioné por escapar de aquel lugar, que antes me parecía precioso y ahora horrible. Pensé en mil maneras diferentes de perpetrar el escape: cavar, explotar la madriguera con dinamita, causar una inundación…pero nada funcionó. 

Un día descubrí que, tirando de una raíz, se removía la tierra. Con esfuerzo y perseverancia, tras tres meses, logré romper un poco la capa de tierra que no me dejaba pasar. El único contra es que, a causa de mi actividad, el derrumbé de la madriguera era inminente.

Le conté esta noticia a, ya mi amigo, el conejo Botton, pero su respuesta me dejo perplejo.      Me dijo que no se movería y yo, con cierta pena, intenté convencerlo, ya que él fue mi único compañero en mi extraña infancia. Entonces me dijo que ya estaba cansado y que vino buscando la muerte, así que, yo, al sepultarle bajo la tierra cumpliría con su mayor sueño.

Con tristeza en el rostro accedí y escape, pudiendo observar el derrumbe desde fuera. Después de salir del cobertizo, ya abandonado, de mi casa, me di cuenta de que me daba igual mi familia o mi hogar. Sólo podía mirar con nostalgia y tristeza la tumba de mi único amigo. 

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