domingo, 12 de noviembre de 2023

La discusión de los dioses

 

Este relato también lo ha escrito mi hijo Daniel para el concurso IV Concurso juvenil de historias #Historiasdejóvenes

En un mundo donde los dioses controlaban la tierra, se formó un sindicato de los más fuertes. Estos dioses eran cuatro y buscaban distribuir el poder a partes iguales entre ellos. Ninguno de los dioses tenía un nombre específico, así que se llamaban por lo que les definía. 

El dios de la muerte entró en la amplia sala dorada que usaban como lugar de reunión. Ésta poseía cuatro tronos de oro puro y, en el centro, la maqueta de un globo terráqueo que levitaba. En cada trono ya le esperaban sentados los otros tres dioses.

El dios de la guerra, un hombre muy corpulento que llevaba un atuendo parecido al de un espartano con un hacha de un filo a la espalda, él siempre sigue las reglas sin dudarlo y es muy noble. El dios de la felicidad, un joven rubio de pelo largo, que posee unas prendas griegas que solo le cubren la parte inferior a la cintura. También tiene un gran arco repostado al lado de su asiento. Era un dios descuidado y no pensaba en las consecuencias de sus actos.

El de la naturaleza llevaba puesta una armadura de samurái, hecha de madera y tallos verdes, con una katana atada a la cintura. Este dios era frío y manipulador. 

Y, por último, el de la muerte, que vestía de negro, el mismo color de su pelo, y mantenía una personalidad fría y aburrida, de aquel al que no le importan mucho las cosas. A lo mejor por eso mismo, no tenía muy buena relación con el resto de los dioses.

Empezó la reunión. Ésta trataba del reparto del mundo, que se hacía cada veinte años, siendo ésta la vigesimoprimera vez que se celebraba. Justo antes de empezar, el dios de la alegría esbozó una perversa sonrisa desde su asiento, mientras se levantaba y empuñaba su arco. Ni siquiera había empezado el reparto y ya empezaban las tensiones. El dios de la muerte y el de la guerra se levantaron rápidamente enarbolando sus armas, mientras que el de la naturaleza se mantuvo sentado sin mover un dedo.

—¿Qué se supone que haces, dios de la alegría? ¡Empuñar armas no está permitido! —vociferó el dios de la guerra entonces.

—Nosotros ya nos estamos cansando de dioses innecesarios —gritó el dios de la alegría a su vez.

—¿Nosotros? —dijo confundido el dios de la muerte.

No le dio tiempo a decir nada más, ya que el dios de la alegría cargo dos flechas de energía; una para cada dios, excluyendo al de la naturaleza; y las disparó sin dudar. Al dios de la muerte le rozó el brazo y al dios de la guerra le atravesó el hombro. El dios de la guerra intentó, a su vez, agarrar su poderosa hacha; pero el dios de la alegría, que sospechaba que con esa hacha lo derrotaría fácilmente, se lo impidió con una lluvia de penetrantes flechas de energía, que le atravesaron el muslo, hombro, pecho y vientre al dios guerrero. El herido vomitó sangre tras el impacto de tan potente ataque.

—¡Ja ja ja! Te imaginaba más fuerte —gritó el dios de la felicidad con euforia.


El dios de la muerte intentó reaccionar, pero un par de flechas de energía se clavaron en su tobillo. El sombrío dios ya se figuraba lo que pasaba, una traición para conseguir el poder en todo el mundo, pero pensó que no podía haberla llevado a cabo solo el dios de la alegría; ya que era incauto, pero no tonto; y sabía que solo no podría contra los tres dioses. Entonces dirigió la mirada al dios de la naturaleza, que se hallaba aun en el trono, sentado y tranquilo. En ese momento entendió todo lo que sucedía. El dios de la guerra moribundo se levantó lleno de sangre y agujeros. El dios de la alegría, ya cansado de él, le tiro una flecha de energía a su cabeza terminando con su vida. 

El dios de la alegría celebraba feliz su victoria, pero, entonces, el dios de la naturaleza dijo con voz imponente:

—¿No pensarías que yo iba a compartir la gloria con un dios tan miserable como tú?

Se levantó a gran velocidad y, con su catana, le corto la cabeza al dios de la alegría de un tajo que, ya decapitado, seguía con una sonrisa en su cara. No le había dado tiempo a quitarla del rostro. 

—Ya solo quedas tú, dios de la muerte – Dijo el dios de la naturaleza.

Se abalanzó contra él y le hizo una herida profunda en el pecho que lo dejó muy herido. El dios de la naturaleza ya se iba de la sala victorioso habiendo cumplido su mayor sueño: ser el más fuerte.

Pero no tuvo en cuenta algo: a un dios no le puede someter su propio elemento, por lo que si el dios de la muerte controla la muerte, no es capaz de morir.

Con gran velocidad la hoja de la guadaña se precipitó hacia el dios de la naturaleza. Éste invocó un par de gruesos robles en un intento de frenarla, pero la guadaña, con dos rápidos giros, troceo los árboles e impactó de lleno en el pecho del dios de la naturaleza, que acabó rebanado por la mitad y muerto. 

El dios de la muerte salió de la sala ya completamente regenerado. La gran habitación quedó destruida y ensangrentada. Siempre pasaba lo mismo. Los dioses eran como una larga mecha que en algún momento estallaba haciendo que se maten entre ellos. Ya lo había vivido muchas veces, siendo él el único superviviente.   

Por eso el dios de la muerte debe ser neutral. Ya que, después de las matanzas entre dioses, él se encarga de crear nuevos para instaurar la paz, ya que sabe que poner todo el poder en una sola persona sería un gran error.

Ese día salió de la gran estancia desanimado, pues sabía que tendría que invertir muchos años   en restaurar el orden.     

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