viernes, 9 de mayo de 2025

Cómo empezar tu novela: Ficha de personaje. Cala Martín. Humo

 


Marta sonrió traviesa y yo me temí lo peor. Tiene muchas ideas, pero ninguna buena.

—Propongo un juego.

Qué miedo.

—Cada uno de nosotros le hará una pregunta a Cala que deberá de responder con total sinceridad.

— Me parece una tontería. Paso—respondí sin dejar que acabara la frase.

—¡Venga ya! —protesto Marta muy contrariada—A veces con estos juegos se da con la clave de los problemas—insistió tozuda.

—¿Hablando de mí vamos a resolver por qué esas cosas quieren matarme y el tabaco salvarme la vida? —argumenté escéptica.

—¿Qué puedes perder? —la apoyó de improviso el más tonto del grupo.

Santi parecía entusiasmado con la propuesta y no le amedrentaron mis miradas asesinas. Todavía se empecinaba en llevar pañuelos al cuello a pesar de que ya no tenía nada que ocultar.

Gasté mi último cartucho girándome hacia el profesor, pensado que se pondría de mi lado, pero me arrepentí en cuanto vi su expresión.

—Me parece una idea excelente—aseguró, decepcionándome profundamente —. Empiezo yo: ¿Te consideras buena persona?

—¡Qué clase de pregunta estúpida es esa! —Si empezamos así, mal vamos—. Claro que soy buena persona.

—Bueno, tienes tus cositas—me interrumpió mi supuesta mejor amiga —. Hace unos días le diste una patada al gato de la vecina—me reprochó con disgusto.

—Lo aparté con el pie— Hay que ver cómo cambia la historia según quién la cuenta—. Lo aparté con suavidad —recalqué de nuevo— para que la maldita bola de pelo no se nos volviera a colar en casa.

—¡Pero si los gatos son adorables! —se le escapó a Santi.

—Y tú gilipollas—Contrataqué picada.

Qué tiene que ver que sean adorables con que me llenen todo de pelo.

—Cómo se nota que la que limpia soy yo —le eché en cara a Marta con inquina.

Si era cuestión de repartir, aquí había para todos.

—No estamos hablando de mí, Cala. Céntrate —me pidió ella muy digna.

Tendrá morro.

—Es que no entiendo la pregunta—estallé —. Nadie es perfecto, ¿vale? ¿Qué importa lo buena persona que sea?

—Estoy intentando determinar si es un castigo de Dios a tu maldad —me explicó el académico como si yo fuera una de sus alumnas más torpes.

¿Me está insultando? Me está insultando, ¿verdad? No me lo estoy imaginando. Me ha llamado malvada por la cara.

Respiré hondo tratando de encontrar algunos restos de la poca paciencia que me caracterizaba.

—Está bien. Cambio la pregunta —cedió pacificador —. ¿Cómo te sientes al tener que elegir entre perder tiempo de vida o morir asesinada?

—¡Pues de puta madre! —vuelvo a perder el control—. ¿Cómo te sentirías tú, viejo de mierda?

El profesor dio un respingo. Seguro que él no se considera mayor. Pero a mis veintitrés años, todo el que supera los cuarenta me parece ya en la senectud. Aunque, claro, se me olvidaba que mi tiempo biológico ya no es el de una veinteañera. ¿Cuánto más envejeceré hasta que esto se acabe? Si es que se acaba. Me deprime pensar en eso.

—Siguiente pregunta —dije en un tono que no admitía réplica.

—Me toca —exclamó alegremente nuestro médium rompiendo la tensión en el ambiente—¿Qué sueles cantar en la ducha?

Marta soltó una fuerte carcajada.

—¿Te la estás imaginando desnuda? —le soltó al estrafalario chico a bocajarro.

—¿Q q q qué? ¡No! —tartamudeó tan rojo que pensé que explotaría en cualquier momento.

A mí también se me subieron un poco los colores, pero es que no aguanto esas bromas. No es que no tenga sentido del humor. ¡Claro que lo tengo! Pero me revienta que me cosifiquen como objeto sexual sólo porque estoy bastante buena. También soy lista, ¿vale?

—No canto en la ducha. Siguiente pregunta—corté por lo sano.

—¡Mentirosa! —exclamó demasiado fuerte Marta— Canta unas canciones terribles sobre héroes, dioses, demonios, brujas… —le explicó al resto, la muy traidora.

—Es folk metal español que se basa en música celta, ignorante. No tienes ni idea porque sólo escuchas esa mierda electrónica que da dolor de cabeza.

Un sonido inarticulado salió de su garganta mientras abría desmesuradamente los ojos.

—¡Cómo te atreves! —gritó más que habló, dejándome sorda del oído izquierdo— A lo mejor estás metida en esta mierda por tus cánticos satánicos en la ducha, perra.

—Bueno, bueno. Calma —intervino el profesor —. Centrémonos, que nos van a dar las uvas y nunca se sabe cuándo le van a entrar a Cala las ansias de fumar.

—¿Te están entrando ahora? —inquirió asustada mi amiga.

—No, lo que me están entrando son ganas de estrangularos —argumenté con mi expresión más feroz.

Pero no tuvo el mayor efecto sobre ellos: una psicóloga en potencia, un médium travesti y un profesor friki de lo arcano. Esos eran los que me iban a sacar de ésta. Pues ya podía ir encargando mi ataúd.

—Me toca a mí —anunció con voz cantarina Marta.

Algo en su tono hizo que me entraran escalofríos.

—¿Qué guardas en el segundo cajón de tu mesilla de noche?

La pregunta me cayó como una losa y entonces fui lo yo la que se puso como un tomate. ¡Será desgraciada!

—Las gafas de sol —aseguré con una voz que no parecía la mía.

—¿Y qué más? —insistió con pura maldad.

Ella sí que merecía ser castigada por un poder divino.

—Clínex.

—¿Y que maaaaaas?

Estaba claro que no iba a parar hasta que lo dijera.

—El Satisfyer ¿contenta?

La muy estúpida volvió a reír a carcajadas. Era tan inconsciente que no me extrañaría nada que toda esta situación de mierda le estuviera divirtiendo.

—Tan guapa, tan guapa, pero no se come un rosco y pasa las noches triiiste y soooola— canturreó, repelente como ella sola.

—Tú tampoco, que en tu cajón tienes condones caducados desde hace meses.

—Al menos yo soy optimista y tengo condones.

—Al menos yo no sigo colgada del cabrón de mi exnovio que me dejó hace años, ni intento llevármelo a la cama cada vez que me lo encuentro.

Los ojos cuajados de mi amiga hicieron que me detuviera de golpe. Me había pasado. Y mucho. Me mordí el labio inferior.

Santi le puso una mano en el hombro con delicadeza, pero ella se zafó con un movimiento brusco.

Un sentimiento de culpa se abrió paso por mis entrañas. ¡Qué coño! Ella también se había pasado. Le pediré perdón cuando me lo pida ella a mí. Por su culpa le estoy contando mis intimidades a dos desconocidos.

Otra sensación, que no tenía nada que ver con mi cabreo y que reconocí al instante, me invadió. Metí la mano en el bolsillo de mi pantalón y saqué la cajetilla.

Marta se puso más blanca aún.

Sin darme tiempo a decir nada, se levantó tirando la silla y se fue corriendo, dando un portazo.

Al profesor le faltó tiempo para seguirla, tropezando con sus propias piernas por el camino. Le costó un poco abrir la puerta, pero en cuanto lo logró se largó a grandes zancadas, dejándola abierta.

—Pero ¿dónde vais? ¡Cobardes! —les increpé dolida—Qué me van a ayudar, dicen. ¡Y se han pirado como si les hubieran puesto un cohete en el culo!

—Yo me he quedado—susurra Santi con voz temblorosa.

—Es que tú eres imbécil.

No me molesto en comprobar el efecto de mis palabras. Si se quiere ir también, que se vaya. Yo tengo que evitar mi próxima muerte. Saco uno de los cigarrillos, lo enciendo con ansiedad y me lo pongo entre los labios.

Santi no pierde detalle. Más le vale. Al final se ha quedado y eso le asegura un papel protagonista en lo que estamos a punto de ver.

No hay comentarios:

Publicar un comentario