—¿Me está escuchando?
Vuelvo de golpe a la realidad.
Mi interlocutor hace ridículas señas con las manos para
captar mi atención.
—¿Ha escuchado lo que le he dicho? —insiste.
Claro que no lo he escuchado. Estoy en shock, neandertal
insensible.
—Disculpe, ¿me lo puede repetir?
El armario de músculos que tengo enfrente gruñe por lo bajo,
respira hondo y vuelve a la carga.
—¿Podría decirme lo que recuerda de la pasada noche?
Estrujo la servilleta dentro de mi puño y hago un esfuerzo
supremo por concentrarme. Me duele muchísimo la cabeza.
—Llegué de trabajar, me duché, me puse el pijama y cené
viendo “Sin tiempo para morir”. Cuando acabó la película, me fui a la cama y me
despertó un chillido ensordecedor en esa maldita habitación.
—La 313 del Hotel Mirador—apuntó mi interrogador.
—Sí. Supongo. No me fijé. Los cadáveres que compartían cama
conmigo concentraron toda mi atención, ¿sabe? ¡Por lo que sea! —estallé.
—Cálmese… ¿Cómo ha dicho que se llama?
—Carla Higuera Ramos. Lo sabe perfectamente. He visto cómo
lo apuntaba —señalé indignada.
—¿En eso sí que se ha fijado? —soltó burlón.
¿En serio? ¿En serio? Me despierto en una habitación de
hotel, sobre una cama destrozada, rodeada de cuerpos sin vida y este… este…
este animal… ¿se lo toma a broma?
—¿Suele tomar drogas?
—Vale. Se acabó. Quiero irme a mi casa. Ahora mismo.
Me levanto a la vez que él. La verdad es que su altura
intimida. No es excesivamente alto. Es que yo soy bastante bajita. Y no tengo
tantos músculos inflados.
—Tranquilícese —repite, levantando las manos despacio.
—¡No me da la gana! ¡No se acerque! ¡¡Socorro!! —empiezo a
chillar un pelín histérica.
No es para menos. Hace unas escasas horas me he despertado
en una habitación de hotel que no sabía ni que existía. ¡Desnuda! Rodeada de
gente muerta. ¡También desnuda! Con una señora en uniforme gritando como una
loca. Eso haría perder los nervios a cualquiera.
¿Por qué no entiende eso el inspector musculitos y me da un
poco de tregua?
Se abre la puerta y asoma la nariz una agente tan menudita
como yo, con una carpeta en la mano.
—Señora Higuera, por favor, tranquilícese.
¿Señora? Ya me cae mal.
—Señorita, si no le importa —le bufo sentándome de nuevo.
La verdad es que no sé por qué le he hecho caso, pero vuelvo
a estar sentada en la incómoda silla, con la mesa de metal que me separa del
neandertal y ante el vaso de papel con el asqueroso café que me ha traído hace
poco la misma chica que ahora se acerca a nosotros con gran cautela. Como si
tuviera miedo de que saliera corriendo en cualquier momento. Ya me gustaría. Pero
me encuentro en una comisaría y no creo que llegara muy lejos. Casi que
prefería el hospital e esta mañana, pero determinaron que lo único que tenía
era desorientación por el shock; así que me facilitaron una ropa feísima, que a
saber de dónde la sacarían, y me trajeron a esta sala horrible y fría.
—Disculpe, quería decir señorita Higuera. Por supuesto —recula
con amabilidad—. Puedo proseguir yo con el interrogatorio si así lo desea —me sugiere
ganándose una mirada envenenada de su compañero.
Se me escapa una corta carcajada.
—No le tengo miedo al neandertal —aseguro muy digna—, pero
puede quedarse si quiere —termino la frase rápidamente. Antes de que se vaya.
Si el gorila es el poli malo, esta será la buena, ¿no?
—¿Nendertal? —oigo que masculla su compañero por lo bajini.
Al final lo he dicho en voz alta. ¡Vaya por Diós! Pero es
que podría tener un poquito más de sensibilidad.
Su compañera le hace un gesto tranquilizador y se sienta en
la silla vacía, junto a él y frente a mí. Me mira con amabilidad y un poquito
de pena. ¡Por fin! Bueno, la pena se la podría meter por el…
—¿Podrían contarnos todo lo que recuerde de esa noche? —me
suelta tan pancha.
Otra veeeez. Me masajeo las sienes, desesperada.
—Ya se lo he dicho a él. Me duché, cené, vi una peli, me fui
a dormir, me desperté rodeada de cadáveres. Fin.
Ambos se miran durante un segundo.
—¿Nos podría decir su nombre completo?
¿En serio? ¿Esta tipa me está tomando el pelo?
—Carla Higuera Ramos—repito con un tono un pelín agresivo.
Pero es que no es para menos. Esto no está avanzando y yo lo único que quiero
es irme a mi casa. ¡Ya!
Los dos policías se vuelven a mirar y la chica saca una foto
de su carpeta.
—¿Conoce a esta persona? —me pregunta sin perder un ápice de
su amabilidad.
Observo a la chica rubia que me sonríe desde el papel
satinado. Está demasiado maquillada para mi gusto. Y su estilo es bastante
hortera, la verdad. Ojos azules muy grandes, una nariz un poco achatada, labios
gruesos… Demasiado. Yo diría que han visto algún quirófano… Pero la cosa es que
no tengo ni idea que quién puede ser.
Niego con la cabeza.
—¿Debería? —pregunto un tanto desconcertada.
—Teniendo en cuenta que es Carla Higuera Ramos, a lo mejor
sí que debería—apunta el Neandertal con voz repelente.
Su compañera le dirige una mirada de reproche, pero
enseguida vuelve a concentrarse en mí.
—Por favor, señorita, mentir sólo empeora la situación —me
explica con delicadeza—. Podría empezar por decirnos su verdadero nombre.
—¡Carla Higuera Ramos! —Chillo fuera de mí —. Y sí. Les he
mentido en algo. No vi “Sin tiempo para morir”. Estaba viendo “Cómo perder un
hombre en 10 días”. ¡¿Contentos?!
El hombretón da una palmada sobre la mesa y se incorpora
hacia mí de forma amenazadora. Es el poli malo. Lo sabía. ¡Lo sabía!
—¡Basta ya, loca de los coj…!
—Vale, vale —le corta su compañera, apaciguadora —. Tranquilízate,
Abel…
—Qué se tranquilice su pu…
—¡Se tranquiliza usted! —Le amenazo colocando mi dedo índice
justo entre sus ojos. Lo que hace que se quede bizco por unos segundos.
Pienso que me lo va a morder, pero no. De todas formas, lo
retiro rápidamente. Por si acaso.
El llamado Abel se pasa una mano por el pelo,
alborotándoselo aún más de lo que lo tiene. No es feo, pero lleva una pinta
horrible.
Y seguramente ambos me dijeron sus nombres en algún momento,
pero no tengo la cabeza para esos detalles. Parece que me va a estallar de un
momento a otro.
Creo que la chica se llamaba Ana. O Inés. O Mariana. ¡O yo
que sé!
Me estoy mareando.
Me estoy…
No hay comentarios:
Publicar un comentario