La calle estaba desierta a esa hora de la mañana, pero no se
respiraba ni un poco de paz, sólo la porquería que hay en el aire en cantidades
industriales y el olor a mierda de perro. El alboroto chirriante de la avenida
principal llegaba a mis oídos en todo su esplendor haciendo que un ligero dolor
de cabeza se estuviera abriendo camino entre los pliegues de mi cerebro. Me
sequé el sudor de la sien con el dorso de la mano mientras apoyaba el bolso en
uno de los bolardos de la acera en la que se ubica el edificio de oficinas
donde desfallezco cada jornada laboral. Odio el calor pegajoso del verano.
Rebusqué como una loca en el interior de mi enorme Tote.
Estaba segura de que la había metido esa mañana, pero ahora no la encontraba
por mucho que ahondara esquivando el móvil, los pañuelos de papel, el neceser
con el maquillaje de emergencia, el monedero…. Buscaba una flamante cajetilla
nueva que había comprado ayer en el estanco de al lado de casa. La maldita se resistía
a aparecer en un momento de urgente necesidad. De verdad que mi cuerpo pedía a
gritos calmar nervios a base de nicotina.
Los espejos de la fachada del complejo me devolvieron mi
imagen: una preciosidad morena con un uniforme azul marino, extremadamente
desfavorecedor, y con cara de acelga, a punto de sufrir un colapso nervioso.
Estaba siendo un día especialmente difícil. Se ve que hay
gente que piensa que recepcionista significa chica para todo. Encima mi
compañera no había aparecido y se pensaba que podía justificarlo con un escueto
mensaje de no sé qué sobre una urgencia. Al jefe no le ha hecho ninguna gracia.
Y claro, lo estaba pagando conmigo. Cómo si no tuviera ya suficiente marrón
encima.
Como broche de oro a la jornada, el maldito tabaco seguía
sin aparecer. ¿Se me habría caído al sacar la tarjeta del metro? Me estaba
poniendo bastante nerviosa y no ayudaba la sensación de que alguien me estuviera
mirando fijamente.
Alcé la vista y me encontré con unos ojos azules bastante
impactantes y tristones. Le pertenecían a un viejo que lucía unas cicatrices
tan impresionantes como sus ojos. Y unos músculos bastante inusuales en la
tercera edad. De joven debió ser todo un bombón, pero ahora, el repaso que me
estaba dando me resultó bastante desagradable. Este viejo verde se creerá que
aún está bueno. Qué asco. Le devolví la mirada sin achantarme. Mi trabajo me
obliga a ser ridículamente amable, pero ese tío no me sonaba que fuera de
ninguna de las oficinas, así que podía quitarme la máscara y mostrar
abiertamente mi repulsión.
—¿Necesita algo, abuelo? —le solté con toda mi mala leche y
desprecio. Así intentaba recordarle la escandalosa diferencia de edad entre
ambos. Lo que haría que no le mirara dos veces. No es por fardar, pero no estoy
nada mal y suelo llamar bastante la atención. Si soy joven y guapa se dice y ya
está.
El viejo me agarró la muñeca con delicadeza y me puso algo
en la mano, sobándome más de la cuenta. Me pareció repulsivo, pero sentí algo
muy familiar entre los dedos y no la retiré: Una cajetilla de tabaco. Casi
sonreí del alivio. Necesitaba Nicotina ya. Menuda jornada mañanera llevaba a
mis espaldas.
Me volví de nuevo al viejo con algo más de amabilidad. Ya se
sabe que es de bien nacidos ser agradecidos. Me dio la impresión de que iba a
decirme algo, pero en el último momento apartó su mirada triste y se fue, sin más,
por la estrecha calle, hacia la avenida principal. Temblaba ligeramente. Como
si estuviera conteniendo sollozos. O eso me pareció a mí. Me dio un escalofrío por
toda la columna vertebral que me dejó aún peor cuerpo. Menuda mañanita.
Miré la cajetilla. Estaba llena. Tabaco gratis. No iba a
quejarme, ¿verdad? Por fin algo de luz en un día de mierda.
De repente, me entraron unas irresistibles ganas de fumar. Ya
quería desde el principio, pero ahora casi sentía que me ahogaba si no me metía,
ahora mismo, un cigarrillo encendido en la boca y lo aspiraba como si no
hubiera mañana. Nunca había sentido algo igual en mi vida. Qué vicio más malo. Lo
sé. ¡Lo sé! Cuando se tranquilicen las cosas en mi vida, dejaré de fumar. Está
vez de verdad.
Con la conciencia tranquila por mi reciente promesa en pro
de la salud de mis pulmones, me puse el ansiado cigarrillo entre los labios y
lo encendí anticipándome al placer que iba a proporcionarme la primera calada.
Expulsé el aire despacio y el humo tomó formas demasiado concretas y
reconocibles. Qué curioso. Volví a aspirar el humo y a soltarlo. La nueva tanda
de humo se sumó a la primera, que se resistía a desvanecerse, e hizo aún más
nítida una imagen en movimiento.
—Qué coño…
No me dio tiempo a decir nada más antes de escuchar el impacto y los gritos en el cruce con la vía principal. Me giré hacia el lugar del desagradable sonido y vi a lo lejos un cuerpo tirado en una postura de lo más antinatural y un coche girando a toda velocidad hacia mí. Sentí el fuerte deja vu en todos mis huesos y sin pensarlo demasiado, me aparté hacia un lado, estrellándome contra el suelo y esquivando el inminente atropello por los pelos. El vehículo se estrelló violentamente contra la recepción, atravesando la cristalera de espejos de la ancha puerta de entrada. Estaba viva, pero no ilesa. Me había estampado la coronilla con uno de los bolardos que exhibía la acera. Todo tal y como había visto que pasaba en las imágenes formadas por las volutas de humo…
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