El personaje
El personaje son deseos y conflictos.
Dónde no llega la información, comienza la imaginación.
Núcleo es el efecto de la focalización. El centro de la
focalización de toda la historia va a girar alrededor del personaje o personajes
principales.
La tercera persona que entra en la mente del personaje está
en desuso.
Con el personaje principal se van a identificar los
lectores. Va a sufrir y alegrarse con él. Todas las emociones que generamos van
a ser en torno a ese personaje.
Los personajes tienen que tener altibajos, emociones,
traumas, heridas… Eso es lo que nos va a identificar con el protagonista. Los
personajes demasiados buenos no se perciben como reales. Nadie es absolutamente
bueno, ni malo. Un personaje rico tiene que tener conflictos, traumas.
Los personajes demasiado planos no invitan a la reflexión.
Toda novela cuenta la historia de cambios, de una evolución.
Todo personaje empieza en el punto A y termina en el punto B.
Un buen protagonista acaba determinando el destino de una
obra. A medida que se va conociendo al personaje la historia que tenemos en
mente suele cambiar. A veces el protagonista es esclavo del argumento, pero
cuando un personaje comienza a tomar fuerza impone su ley. Para tener un
personaje rico y llegar a conocerlo hay que hacerle preguntas. Sobre todo, hay
que estudiar su pasado y circunstancias.
Existen tests para conocer a los personajes, algunos más
genéricos y otros más raros. Con preguntas cómo ¿Qué tiene en el cajón de su
mesilla de noche? ¿Tiene algún vicio? Piensa un momento feliz del personaje.
Piensa un momento en el que tu personaje se comportó de un modo cruel. Define a
tu personaje con dos palabras: un sustantivo y un adjetivo.
Cualquier pregunta, por muy tonta que sea, dice algo del
personaje. Hay preguntas más importantes y otras menos, pero todas sirven para
conocerlo.
No toda esta información se va a ver reflejada en la novela
de forma visible, pero es muy útil para que el autor pueda desarrollar un buen
personaje.
También se le puede hacer una entrevista al personaje, que
no tiene por qué aparecer en la novela, peor ayuda a conocerlo y a organizar la
trama.
Hay que enamorarse un poco de los personajes u odiarlos,
pero no pueden dejar indiferente. Tienen que apasionar por un extremo u otro.
Etopeya del personaje
Etopeya del personaje se refiere a su mundo interior. La
psicología del personaje.
Ceder una parte de ti mismo al personaje es muy interesante.
Eres tu personaje y no lo eres. Está bien darle una parte de ti a tu personaje,
pero, excepto que se trate de una autobiografía, no eres tú. Y no hay que
confundirse. También hay que aprovechar para salir de nuestra zona de confort.
Es interesante explotar al payaso o al filósofo que te habita y entregárselo a
tu personaje. Complícale la vida a tu personaje. Dale esperanzas cuando se
hunda y abátelo cuando se encuentre bien. Sed extremos.
Cuando se hunda le podemos ayudar y al contrario.
Es importante cómo abordáis las cosas. No lo cuentes,
muéstralo.
Por ejemplo, si decimos “Rodrigo era una egoísta” no
sentimos el egoísmo de Rodrigo. Para conseguir que los sintamos hay que apelar
a imágenes que lo expresen. Hay que tener una imagen muy visual de los
personajes para empezar a quererlos u odiarlos.
Prosopografía del personaje
La prosopografía del personaje se refiere a su aspecto
físico. Es interesante entregarles una cualidad física que les distinga de todo
el mundo.
Ejemplo: La cicatriz y las gafitas de Harry Potter.
Las descripciones físicas literales con datos de altura,
peso. Color de pelo y ojos, etc… se olvidan fácilmente. No hace falta describir
físicamente al detalle. A veces el autor no describe físicamente en detalle a
un personaje, pero el lector se hacía una imagen muy clara de él. Por ejemplo, Ana Karenina de Lev Tolstoi.
Tenemos que ser como los caricaturistas: resaltar el defecto
o elemento diferenciador. Hay que hacer una caricatura del personaje.
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