domingo, 4 de septiembre de 2022

La suerte está en la bolsa


Los sueños no la dejaban en paz. Se metían en cada recoveco de su mente y parecían llenarlo todo. Empezaron hace escasamente una semana y cada noche empeoraban. La certeza de que la estaban envenenando como la ponzoña que se respira por las calles de Arkham, sumaban urgencia a la misión autoimpuesta de Diana Stanley, pequeña emprendedora que tomó una de las peores decisiones de su vida en busca de la prosperidad de su pequeño negocio. Su camino la llevó de la Liga de las mujeres, la Cámara de Comercio y la Sociedad Histórica a unirse a las filas de La Logia del Crepúsculo de Plata, un club muy exclusivo al que sólo unos pocos privilegiados tenían acceso. Privilegiados… o condenados, depende de cómo se mire. En ese momento, la mujer, con el miedo reflejado en sus ojos y de movimientos nerviosos, se decantaba más por lo segundo. Condenados a conocer la horrible verdad y vivir con ella… y, en su caso, luchar en su contra desde las sombras. Sabe que ha sellado su destino desde el mismo momento en que cruzó las puertas de la mansión de Carl Sanford soñando con la grandeza y la fortuna. Quería triunfar, sí. Pero no a ese precio. El de la sangre y la cordura. No hay vuelta atrás ni tiempo para lamentarse. Tiempo es lo que menos tiene. Siente como se escapa de entre sus dedos como la fina arena de una playa paradisíaca. Inexorable e implacable. Haciendo que el plan avance demasiado rápido.

Ha sido testigo de tanto terribles secretos… Forma parte, para su desgracia, de un organigrama dantesco que manipula los hilos de la realidad y traspasa las fronteras de la mísera existencia humana. Hay cosas que no deben ser llamadas. Hay presencias que es mejor dejar dormir…

Diana no está sola. En su desesperación cruzó su camino con alguien que logró comprenderla demasiado bien, la sicóloga Carolyn Fern, también atrapada por la misma pesadilla que tejía sus insidiosas telarañas de locura en múltiples frentes. A menos, ellas habían unido fuerzas para desbaratar los planes de la logia.

La pequeña figura de la mujer de ciencia apareció ante la temerosa empresaria una tarde gris y pesada, una de tantas en Arkham, la ciudad de las sombras y los secretos innombrables. Se subió las gafas con nerviosismo y fue directa al grano sin perderse en grandes discursos. La habló de Malachi, el paciente que cambió su vida para siempre, y de las pesadillas que lo llevaron a su trágico final, ensartado en uno de los oníricos cuchillos que salieron de su tenebrosa imaginación de perturbado. Fue la señal que necesitaba para tomar la decisión final de unirse a la sicóloga y traicionar a los suyos.

Las pistas que habían ido recabando gracias a la magnífica capacidad de deducción de Carolyn las había llevado hasta ese punto de no retorno. Casi podían acariciar la victoria con las puntas de los dedos, pero unas criaturas hechas de niebla y miedo les habían cortado el paso. Habían pasado por mucho sufrimiento y estaban a las puertas de truncar el infame ritual que había puesto en marcha la logia por un precio demasiado alto.

La sectaria redimida se aprestó a lanzar la consunción concentrando todas sus energías en un solo punto. En su mente se formaron claramente seis símbolos con forma de cabeza. Sonrió satisfecha. Debería ser suficiente contra la horrible aparición. Susurró el hechizo preparándose para pagar el precio por usar conocimientos prohibidos. Sólo esperaba que no fuera demasiado alto. Una imagen de dos tentáculos que se juntan por sus puntas formando un macabro corazón estalló en el aire. Diana miró horrorizada la imagen mientras se iba disipando poco a poco. El engendro rió emitiendo unos sonidos ininteligibles que parecieron desgarrarle el alma a la investigadora. “Maldita suerte” fue su último pensamiento antes de caer en los abismos de la locura. Desde un lugar muy lejano, más allá de nuestra realidad, se oyó una tormenta de terribles juramentos: “Me cago en todo. Puñetera bolsa de caos. Es la última vez que voy con un místico. Me vuelvo a los guardianes para reventar a puños….”

Tony sacó su inseparable colt de calibre 38 de cañón largo, apuntó a esa cosa que se arrastraba hacia él haciendo inquietantes ruiditos de succión y, sin perder la calma, hizo detonar el percutor reventándole la puta cabeza. No tuvo tanta suerte con la criatura informe que apareció en algún punto impreciso tras su espalda. Carolyn no tenía ninguna oportunidad contra el purulento ser y no se lo pensó dos veces antes de intentar desistir y dejar a su compañero a su suerte. Una pena que otro engendro cuya existencia parecía imposible la estuviera esperando por el camino.

De todas formas, habían llegado tarde. Todas las pistas apuntaban a esa ubicación en concreto como lugar de reunión de los acólitos para llevar a cabo su terrible rito, pero, cuando por fin aparecieron en la misteriosa propiedad, sólo encontraron extraños símbolos en todas y cada una de las paredes y ese cadáver deforme, que parecía haber sufrido horrores innombrables hasta su último aliento. No querían ni imaginárselo. Pues ellos mismo habían tenido que presenciar fenómenos imposibles y enfrentarse a criaturas descarnadas en cuya presencia otros, con menos entrenamiento que ellos, no hubieran podido aguantar ni dos minutos sin caer en los abismos de la locura.

El camino hasta allí había sido difícil y habían pagado el precio con buena parte de su cordura, pero no podían abandonar ahora. Debían seguir intentando salvar nuestra realidad a toda costa. Una de ellos arrastraría un trauma mental hasta el día de su muerte, que probablemente sería pronto si se quedaban de brazos cruzados y la suerte volvía a darle la espalda. Y el otro se había ganado esos dolores delirantes que le hacían cojear en los momentos más inoportunos. Nada de eso les iba a parar. Se jugaban mucho.

Tenían claro que en la mansión, que antes fuera guarida de la cofradía, había comenzado algo terrible que había que parar a toda costa.

Un resplandor inquietante inundó el cielo. Nadie podría describir su color. No parecía de este mundo. Debían darse prisa o la realidad tal y como la conocían empezaría a resquebrajarse. No habría salvación para nadie.

— “Venga coge una ficha de la bolsa del caos… Maldito traidorrr.. ejem ejem”

— “¿Que querías que hiciera? Si estas en las últimas. Y va y me aparece ese pedazo de bicho. Miedo me da coger ficha…”

— “Abandonar es de cobardes. Venga. No seas pesado. Que sea lo que dios quiera”

— “Es que ni con tu guardián potente nos pasamos este escenario. Mira que eres de ideas fijas. Yo creo que con Diana nos hubiera ido mejor…”

— “¡Ni me la nombres! Parecía fácil eso de acumular cabezas y una mierda pa’mí. De todas, formas estamos jodidos otra vez. Para qué seguir sufriendo.”

— “Que no, que todo puede cambiar. Venga que me huelo un éxito. Lo huelo, lo huelo…”


sábado, 3 de septiembre de 2022

El inquilino de arriba



Me duele la cabeza. No es de extrañar. Hace muchos días que no logro dormir bien. No soy una persona impresionable, pero tras la desgracia del inquilino del piso de arriba no he vuelto a ser el mismo. Los rumores apuntan a que fue víctima de un crimen horrible. Las fuerzas de seguridad y sanidad que se vieron involucradas en el caso se vieron afectadas hasta tal punto que cuentan que se han retirado de la vida social para poder recuperarse del dantesco espectáculo que se vieron obligados a presenciar. ¡Exageraciones y chismes! Yo soy un hombre de ciencia muy poco dado a prestar oídos a palabras necias, pero nadie puede controlar su subconsciente y está visto que el mío ha decidido rebelarse contra mí hacia fantásticas ilusiones sin sentido.

En cuanto cierro los ojos comienzan a desfilar ante mí aberraciones humanoides revestidas de pieles escamosas, que recuerdan ligeramente a figuras marinas. Se mueven con andares torpes, pero decididos por las dependencias de una casa muy parecida a la mía, pero, a la vez, muy diferente. Sus ojos inexpresivos resbalan sobre mí como si no me vieran. Unos cánticos extraños, que parecen no provenir de sus labios inertes, llenan mis oídos y se cuelan en mi cerebro produciéndome un agudo dolor que va in crescendo hasta que me despierto presa del terror y envuelto en mi propio sudor.

Curiosamente, los somníferos que yo mismo me he recetado, lejos de darme alivio, amplifican estas pesadillas sin sentido. Tan realistas ya, que hasta me parece percibir un olor a agua y sal mezclado con algo más nauseabundo que no soy capaz de identificar.

Esta situación está afectando a mi pensamiento lógico. La falta de descanso puede acabar con la cordura de cualquiera. La desesperación me ha llevado a pensar en algo que, normalmente, me parecería ridículo, pero a situaciones desesperadas, medidas desesperadas. Estoy decidido a allanar la morada de mi antiguo inquilino para intentar conjurar a mis demonios. Si ha sido este episodio el que me ha sugestionado hasta tal punto, seguramente visitar el lugar de los hechos calmará a mi subconsciente y por fin podré dormir tranquilo. ¡Ah! Una noche sin sueños es lo único que ansío ahora.

Saco la llave del piso de arriba, puesto que al ser yo el dueño del edificio conservo llave de todas las dependencias en uno de los cajones de mi escritorio, y subo las elegantes escaleras de madera hasta la puerta de la víctima. En cuanto vea sus estancias envueltas en la normalidad de una realidad sin extraños monstruos ni espíritus, mi alma recuperará la paz. Es una cuestión científica el hecho de que enfrentarnos a nuestros traumas ayuda al cerebro a procesar mejor los estímulos.

Me cuesta un poco abrir. La puerta está ligeramente atascada. El inquilino tendría que haberme dado un aviso, pero tampoco me extraña mucho que no lo hiciera. Apenas salía de su morada y gozaba de un carácter silencioso y huraño que lo hacía blanco de un sinfín de estúpidos rumores a los que nunca presté oídos. Algo de lo que me arrepentí nada más traspasar el umbral de su puerta. Hubiera sido de ayuda saber algo más del misterioso habitante del piso de arriba.

Lo primero que sentí fue ese olor a mar putrefacto de mis sueños. Así que eso es lo que me estaba sugestionando durante mi sueño. Seguramente, se colaba por mi ventana hasta mis fosas nasales y ayudaba a mi mente a formar los horrores de mis pesadillas. Con un sigilo innecesario, ya que sabía de buena tinta que nadie moraba ya en esa casa, me introduje en el salón, observando cada detalle. El inquilino tenía un gusto extraño y rocambolesco para la decoración. Rayando en el mal gusto y acariciando los límites de una locura oscura e imprecisa. Pero, evidentemente, el aspecto tétrico y oscuro de las estancias no me amedrentó en absoluto. El miedo es un sentimiento irracional. Mis ojos percibían extraños movimientos en las sombras de la habitación, pero mi cerebro no se dejaba engañar por esas meras ilusiones. Así que seguí adelante, curioseando estantes y cajones. Al fin y al cabo, ¿quién iba a quejarse de mi intromisión?

Entonces mis ojos chocaron con un objeto bastante común, pero que, curiosamente, despertaba mi atención. Se trataba de un libro con tapas amarillas que descansaba en una de las mesitas del salón. Lo tomé despreocupadamente con más curiosidad de la que quería admitir. Nada más cogerlo mi corazón comenzó a acelerarse sin ningún motivo aparente.

A medida que pasaba las páginas, las palabras parecían cobrar vida propia y taladrarme más allá de mi consciencia. Algo extraño ocurría a mí alrededor. Algo que no se podía describir con simples palabras. Era como si la realidad se estremeciera y comenzara a tambalearse y a hacerse jirones. Detrás de cada desgarro lograba intuir, más que ver, horrores innombrables que mi cerebro se negaba a aceptar.

Todo mi cuerpo pedía a gritos que soltara el libro, pero mi voluntad se resistía obligándome a pasar una página tras otra, hasta llegar a la última, en la que algo terrible me devolvió la mirada. Sentí como mi cerebro estallaba en pedazos para volver a juntarse de cualquier manera. Mis pensamientos se entremezclaron con palabras irreconocibles imposibles de pronunciar por gargantas humanas y me sentí impulsado por un espacio infinito que escapaba a los límites de la cordura.

De repente, todo estalló en pedazos y me sumí en la oscuridad. Cuando volví en mí, me encontraba en el salón de mi inquilino, tal y como me lo había encontrado al entrar, excepto porque el libro había desaparecido.

Temblando incontrolablemente volví como pude a mis habitaciones. Y nunca he vuelto a salir de ellas. Me paso las horas escribiendo y escribiendo. Tratando inútilmente de poner en palabras mi horrible experiencia. Piensan que he perdido la razón. Y probablemente no se equivocan. De lo que sí estoy seguro es que esas cosas, que se mueven en las sombras de mi casa, son reales y vendrán algún día a por mi alma. No vale la pena intentar escapar. No existe rincón en este mundo en el que pueda ocultarme de ellas. Ruego que vengan a buscarme y acaben con este insoportable sufrimiento. Espero que mis escritos ayuden a la humanidad a entender los horrores innombrables que les acechan sin que ni siquiera lo sospechen.


jueves, 1 de septiembre de 2022

Bietka


La condena

¿Y dices que mi cliente está pasando esa puerta?

Eso mismo.

Que currada con todas esas mierdas místicas. Si me pide cosas muy raritas me piro. Eeeh.

Eso no va a pasar. Vamos, entra ya.

La demacrada chica se toma su tiempo, pero finalmente cruza el portal echándome una última mirada de desconfianza. ¿Devorar su alma entraría dentro de lo que ella consideraría cosas raritas? 

No tardé mucho en escuchar una voz susurrante que parecía llegar de todos lados a la vez. 

Te dije que no quería más putas.

Cómo si hubiera tanto dónde elegir.

Pues era eso o nada.

A lo mejor tendría que salir yo a buscar. A lo mejor, incluso, podría arreglarme con tu pobre y asquerosa alma.

Vale, vale, ya lo pillo .

Me di la vuelta para pirarme, pero la voz volvió a retumbar en mis oídos.

¿Te vas ya? ¿Así? ¿Tan frío?

Dudé un poco antes de volver sobre mis pasos y atravesar el portal con cara de pocos amigos.

Qué le voy a hacer. Esa puta asquerosa me tiene en sus manos. Cómo si pudiera negarme.

El olvido

Si me bebo otra estoy seguro de que me ahogaré en este whisky aguado, pero me da igual. Como si tuviera algo que perder. La consciencia estaría bien. Podría empezar por perder la consciencia. Voy camino de ello. 

Antes de verla, la olí. Se sentó en la banqueta de al lado, pero la ignoré deliberadamente. Lo último que quería era conversación. Seguimos así un rato más, pero no se iba. Notaba sus ojos fijos en mí, pero yo seguía a lo mío, cada vez con más torpeza, he de confesar. Ya no sé quien bebía más. Mi camisa o yo. 

Sé lo que escondes.

Pfffff. ¿Eeeeh? La miré con mis ojos desenfocado. ¿Qué dice ésta? ¡Vaya! Y estaba buena. ¿Era el alcohol o parecía brillar la cabrona? Mi polla hizo un amago de levantamiento, pero no. Ahí se quedó la pobre, más ebria de alcohol que de sangre bombeante. Sí que estaba buena.

Y entonces todo se volvió oscuro.

La esperanza

Abrí los ojos con mucho esfuerzo. Me sentía como si mil pájaros carpinteros picaran sobre mi cabeza. 

Bienvenido al mundo de la vigilia... Riot el Grande.

Hacía muchísimo que nadie me llamaba así. No me hizo especial ilusión.

Lo de grande me queda muy grande grazne con risa amarga. 

Pretendía ser gracioso. Lo juro. Pero la beldad que se alzaba ante mí, en el cuartucho del motel de mala muerta, me observaba con la mirada cargada de censura. Ahora no me parecía brillante ni nada de eso. Pero seguía estando buena. 

Soy Tría se presentó con su nombre secreto, y con tono impaciente—, hechicera caza demonios.

¡Oooh! Qué impresionante. Ni siquiera moví un musculo de la cara. Nos quedamos un buen rato en silencio. Sólo mirándonos. Y yo aproveché para tomarle las medidas. Me encanta la ropa ultra estrecha que suelen vestir estas hechiceras guerreras de sectas secretas. Evitan agarres inoportunos en sus peleas contra el mal y no dejan nada a la imaginación.

Como yo no decía nada, prosiguió con su discurso. 

Lo sé todo sobre ti. 

Eso era mucho decir. 

Conozco tu fulgurante carrera militar y tu caída a los infiernos…

No lo sabía ella bien. 

Cuando conociste a Bietka. 

Joder, pues a lo mejor sí que lo sabía. Me puse en alerta.

Tranquilo, puedes confiar en mí. Soy la persona que va a conseguir tu libertad me aseguró mientras un fulgor de orgullo asomaba a sus ojos azules. Algo se removió en mi interior y me hizo sentir un poco incómodo.

Estuvimos charlando mucho tiempo. Era tan enérgica, como impulsiva. Tan joven… Daba gusta verla en su papel de salvadora convencida. Yo también fui así durante un tiempo. Siempre lo somos cuando nos acaban de captar.

Mi bella hechicera me prometió tantas cosas con su voz dulce y sugerente que casi me sentí transportado a otros tiempos. Otros en los que yo también era joven e impulsivo y me movía por el honor de la secta.

Al final me fui de su habitación con la promesa de que la recibiría en mi cochambroso hogar al día al siguiente.

El amor

Me lo había currado muchísimo para dar un aspecto presentable a mi pocilga. Hasta había comprado telas de esas que les gustan a las mujeres, con colorines y bordados. Y los había colgado por todas partes ocultando las ajadas paredes y puertas.

Ahí estaba Tría, contándome su plan para hacer salir a Bietka de su cubil y acabar con ella, aprovechando que así perdería todo su poder. No podía menos que admirar su inteligencia y creo que pasé más tiempo preso de su expresión decidida que escuchándola activamente. Vaaale, alguna vez se me cayó la vista a las tetas. ¿Y qué? Pero no se dio cuenta. Quería aparentar para ella el caballero que una vez fui.

Perdona, necesito ir al baño. ¿Te importa indicarme dónde está? —Interrumpió mi línea de pensamiento.

Claro. Está ahí. Tras la puerta entelada de rojo.

La hechicera no perdió mucho tiempo admirando la belleza de la tela, con la de pasta que me había costado. Entró apresuradamente acuciada por su necesidad fisiológica.

No tardé mucho en escuchar una conocida voz muy cerca de mi oído.

Te has superado. Estaba deliciosa. Ven a recibir tu premio.

Una sonrisa ladeada apareció en mi rostro. Me dirigí al portal oculto con telas rojas.

Vale. Es una jodida demonio sin sentimientos ni corazón que me había atrapado en su maldición, pero, qué le voy a hacer, nadie elige de quien se enamora. ¿Verdad?