Terminé, salí del sistema, saqué el pendrive y lo deslicé
por el bolsillo del delantal. Tras lo cual, con el sigilo con el que sólo yo sé
moverme, me deslicé fuera de la habitación como un gato en la noche sin luna
más oscu…
—¡Marioooooooo! —
La voz aguda y chirriante me taladró los oídos segundos antes de notar el
fuerte impacto contra mis piernas. Logré recuperar el equilibrio por los pelos.
Miré hacia abajo con el ceño fruncido porque ya sabía lo que me iba a encontrar.
—¡Mariooooooo! —volvió
a chillar la personita rubia que se aferraba a mí como si fuera lo único que
pudiera salvarle la vida.
—Sssssssh sssssssh—le chisté al borde de un ataque de
pánico.
Si me encontraban allí me iba a resultar muy difícil
explicar la situa… Un sutil ruido hizo que un escalofrío me recorriera la
espina dorsal de arriba abajo.
Intuí la presencia antes de verla aparecer por el arco de la
puerta. Unos segundos después, la imponente ama de llaves se asomó con cara de
pocos amigos.
—Qué hacen aquí—ladró.
—Tamos jugaaaaando —volvió a vociferar el pequeño monstruo
todavía adosado a mi persona—¡¡Le enconté!! —anunció rebosante de felicidad
apretando aún más el agarre.
El gesto de la ogra, guardiana de la mansión, se dulcificó
ligeramente y yo comencé a respirar de nuevo. A lo mejor hasta me libraba
gracias a la misma persona que me había metido en el lío.
Intenté sonreír con mi aspecto más inocente. Y les aseguro
que las apariencias de inocencia las clavo. Claro, que nunca me había visto en
una situación semejante, con un incordio de cría boicoteando mi trabajo a cada
paso que doy.
—Señorita Claudia —le reprendió el ama de llaves con un tono
más dulce del que seguramente pretendía —. No se coma las letras. Hable bien.
Ya sabe que al señor le molestan los ignorantes.
—Zí, Mabel—contestó la pequeña con un mohín de contrariedad.
¿Por qué le piden peras al Olmo? Se ve a la legua que la
cría no tiene ningún interés que mejorar su dicción.
—Me tocaaaaaa—gritó la pequeñaja soltándome por fin,
esquivando a la robusta señora y trotando como una cría de elefante por el
pasillo
Ya era oficial. Me había dejado sólo ante el peligro.
El peligro me miró de arriba abajo frunciendo aún más el
ceño.
—Y usted es…
No es raro que no me recuerden. El peinado, la expresión de
mi cara, la postura corporal…. Todo está medido para ser anodino, corriente y,
en definitiva, invisible. Esa es la clave de mi éxito. Pero ahora, la maldita
ama de llaves me estaba viendo. Viendo de verdad. Fijándose en mí. Esta no te
la perdono pequeño demonio.
Tragué saliva y contesté con tono monocorde.
—Mario Navarro —Un nombre ni muy común, ni muy extraño. No
llama la atención en ningún sentido —. Comencé a trabajar aquí el martes de la
semana pasada —Nunca hay que dar fechas exactas, pero sí dejar claro el dato
principal. Nada que llame la atención ni por un lado ni por el otro.
Mabel, para la niña, y la señora Ramos, para mí, me dio un
último repaso, asintió y se apartó de la puerta para dejarme pasar.
—No me suena que pertenezca al equipo de limpieza que se
ocupa del despacho del señor Montalvo. ¿Cómo ha logrado acceder a esta
estancia? —comentó de una forma que a mí me pareció bastante amenazadora. Me
estrujé las neuronas, pensando a toda velocidad.
—La puesta estaba entreabierta— A veces lo más sencillo es
lo más verosímil. Que se lo crea. Por favor, que se lo crea.
Redoblé mis esfuerzos por parecer un pobre desgraciado de lo
más inocente y ella pareció notar el impacto de mis encantos de normalidad e
insulsez.
—Entiendo que la señorita Claudia puede ser a veces muy
convincente y persistente, por decirlo de alguna manera, pero hay líneas que no
se pueden cruzar —El final de la frase la pronunció endureciendo el tono y
entrecerrando los ojos.
Mala señal. Malísima señal. Creo que se ha quedado con mi
cara.
—Entenderá que no esté permitido que el personal doméstico
se mueva a sus anchas por la casa— continuó sin el menor rastro de la ligera
dulzura que había usado con la niña.
Tragué saliva ruidosamente mientras asentía. A veces un
silencio es más conveniente que cualquier frase que se me pueda ocurrir.
—Veo que lo ha entendido, señor Navarro—Mierda. Se quedó con
mi nombre—. Espero no volver a verle fuera de su área de servicio.
—Sí, señora—susurré con los ojos tan bajos que casi me
clavaba la barbilla en el pecho.
Y, sin esperar ni un segundo más, pasé frente a ella,
atravesé la gruesa puerta de madera noble, de la que me había costado un
sufrimiento hackear el código, y me alejé por el pasillo con un medido paso
tembloroso del que sabe que ha hecho algo malo por ignorancia y no para robar importantes
datos acusatorios con el fin de venderlos por una más que jugosa cifra al mejor
postor.
Se me presentaban varios problemas. El primero, todavía me
quedaba por explorar los dispositivos del hijo mayor para sacar mayor
rendimiento a mi trabajo. Segundo, no podía lanzar al mercado lo que tenía aún
porque era obvio que había dejado de ser invisible y si se daban cuenta de lo
que hacía, la noticia se correría como la pólvora. Y, tercero, ¡qué tercero ni
qué porras! El mayor y único problema del que colgaban el resto era esa niña.
Esa maldita mocosa que fijó sus inocentes ojitos en mí desde el primer día y
desde entonces no me deja en paz. ¿Por qué? ¡¿Por qué?! Hay empleados más
guapos, más simpáticos, más inteligentes, más tontos, más todo. En eso se basa
mi fachada. En no destacar en nada. Y, de repente, a la personita más
escandalosa del organigrama le da por encapricharse del personaje más gris de
la ecuación. Cómo esto siga así voy a tener que tomar medidas contundentes. Sí.
No es la primera vez que me toca deshacerme de algún inoportuno…
—¡Mario! —Hablando de la reina de Roma —. No haz contado.
Tienes que contar azí: uno dooooooz, teeeees…
Ya sabe contar, pero no es capaz de hablar correctamente. Si
es que para lo que quiere es muy lista.
Yo también cuento para mí mismo para conservar la calma.
Respiro profundamente y…
—Señorita Claudia, no puedo jugar. Estoy trabajando.
Ahí están. Los ojos cuajados, la boquita torcida, la
respiración cada vez más acelerada y finalmente el llanto desaforado. ¡Así es
imposible pasar desapercibido!
Una de las doncellas cruza el pasillo lanzándome una mirada
de desaprobación, pero no se para a atender a la chiquilla, la muy bruja.
Ha llegado la hora de tomar decisiones. Primera, desaparezco
por un tiempo, algo muy poco recomendable en mi profesión si no quiero que se
coman mi tortilla. Segunda, simular un accidente con cierta niña y aprovechar
la desolación familiar para acabar con mi misión actual, aunque si esto sigue
así será muy difícil poner a circular la información sin que alguien piense en
mí. Lo que significa que no puedo perder más tiempo.
—Señorita Claudia,
cálmese. ¿Qué le parece una carrerita por las escaleras?
—Zíiiiiii
El torbellino sale disparado hacia la escalinata del final
de pasillo sin comprobar si la sigo. Perfecto. Ahora sólo necesita un
empujoncito y…
—¡Claudia! No corras por los pasillos. Te lo he dicho
millones de veces.
Un hombre joven, agarra a su hermana en plena carrera y la
carga en brazos. Es el mayor de todos. El que ostenta un puesto importante en
la organización y me puede abrir la puerta a muchos millones.
Me quedo todo lo rezagado que puedo para evitar llamar su
atención.
—Mario no quiere jugá conmigooooo. Pablo, dile que juegue
conmigoooo.
Maldita cría del diablo.
Como no, Pablo repara en mí.
—Mario hace muy bien—le conmina a su hermana—. Dile a tu
nani que te lleve al parque. Hoy hace un día estupendo.
—¿Venes conmigo? —inquiere la pequeña llena de ilusión.
—No cariño. Tengo que trab…—Otra vez lo berridos del angelito
me taladran los oídos.
Su hermano me mira por encima de sus rizos rubios con algo
que se podría definir como desesperación. Tengo un mal presentimiento.
—¿Qué te parece si os acompaña… esteee… Mario, ¿verdad?
—Ziiiiiii
Nooooooo. Ahora sabe mi nombre.
Definitivamente, tengo que arreglar este problema ya mismo.
Pero, por el momento, me veo con la cría y su niñera ante
uno de los coches familiares rumbo a un puñetero parque infantil y sin poder
hacer mucho para evitarlo. ¡Ni mucho ni nada! Sin poder hacer nada para
librarme de este infierno.
—Buenos días, señorita Claudia —oigo que saluda el chófer al
pequeño monstruo.
Sin dilación, le abre la puerta y la ayuda a ocupar su lugar
sin esperar que la nani y yo nos acomodemos. Bien, bien. Somos del servicio. Es
decir, invisibles. Empiezo a sentirme mejor. Un poco más animado, me acomodo en
uno de los asientos traseros, porque el del acompañante es ocupado por la
niñera con la rapidez del rayo. La explicación es obvia: el chófer está como un
tren. Es un dato objetivo. No es que me gusten los hombres, aunque tampoco me
vuelvo loco por las mujeres. La verdad es que no tengo mucho éxito en el
apartado romántico, ni me entusiasma que nadie repare en mí. No soy una persona
muy pasional que se diga. Más bien pragmática y racional al 100%.
Nada más arrancar, la maldita cría se quita el cinturón y se
tira sobre mí.
—Pero qué coñ…. Digo, señorita vuelva a su sitio y abróchese
el cinturón—le exijo recomponiéndome a marchas forzadas de la sorpresa.
El vehículo disminuye la velocidad hasta quedar parado,
mientras yo obligo a una niña muerta de risa y que se retuerce como una
lagartija a volver a su lugar. Puede que le apretara el cinturón un poco más de
la cuenta, pero ella ni se inmuta y sigue con su juego de escapismo. Ya le
apretaba yo el cuello, ya. Pero cada cosa a su tiempo.
—Atenta a la ventanilla, señorita Claudia. Vamos a contar
coches rojos y el que vea más, gana.
Era un juego que hacía de niño y parece que funciona con el
pequeño diablo rubio. Por fin, logro que se quede en su sitio, aunque
totalmente encorvaba hacia el cristal en una postura muy poco natural. Me lo
tomo como una prueba de mis sospechas de que está poseída.
Vuelvo a mi sitio y me percato de que la niñera me está
mirando fijamente con una expresión de “ves lo que tengo que aguantar” nada
disimulada. Desde el reflejo del espejo delantero, el chófer también me mira
con una actitud difícil de identificar. Algo parecido a ¿ternura?
Me sonrojo ligeramente por la ira y me giro hacia la
ventanilla intentando fundirme con la tapicería. Otros que se van a quedar con
mi cara.
Por fin nos ponemos en marcha y no tardamos en aparcar en el
parking de un enorme y opulento parque de esta urbanización de
multimillonarios. Menos mal, porque ya no podía soportar la caótica cuenta de
coches rojos.
—Tres mil ochenta mil coches rooojoooos—canturrea Claudia a
la par que se quita el cinturón con sorprendente habilidad y salta sobre mí
para abrir la puerta del coche. Llamadme loco, pero ¿no hubiera sido más fácil
salir por su lado sin atropellar a nadie? No contenta con eso, me agarra del
brazo y tira de mí hacia fuera gorjeando como una pajarraco bebé. O como creo
que gorjea una pajarraco bebé.
No me queda otra que seguirla. Oigo un portazo a mis
espaldas y supongo que será la niñera bajando del coche sin muchas ganas.
Ya podría echarme una mano o lo que fuera.
Pero no. Tras más de una hora corriendo tras un torbellino
hiperactivo lleno de malas ideas, me queda muy claro que estoy sólo en esto.
—Cógeme, Marioooo —grita mi torturadora como una posesa.
Durante un milisegundo, me planteo retirar los brazos antes
de que salte desde lo alto del castillito y me la imagino con el cuello roto en
el pavimento de caucho del parque infantil. Qué satisfacción me produciría. Qué
paz. Pero no lo hago.
Antes he mentido un poquito. Sí que he eliminado a personas
potencialmente peligrosas para mí de la ecuación, pero no ha sido literalmente,
más bien, haciéndolos desaparecer de la escena mediante trampas y encerronas
perfectamente planeadas y elaboradas. No de una manera física relativa a dejar
de respirar. Si no, mas bien, relacionada con mis extraordinarias habilidades
como hacker informático. Y todas mis víctimas eran mayores de edad.
Este bicho no es un angelito precisamente, así que no voy a lograr
convencer a sus padres de que la envíen a un internado creando pruebas falsas
de un pésimo comportamiento. Estoy seguro de que, aunque apareciera cubierta de
sangre de los pies a la cabeza y agitando el brazo arrancado de, yo qué sé, la
cocinera, por ejemplo, entre las manos, sus progenitores ladearían la cabeza,
abrirían sus bocas ligeramente y entonarían un empalagoso “Ooooooh” a duo.
Una pequeña rodilla se me clava en las costillas durante el
torpe aterrizaje de la cría, dejándome sin aliento.
—Ota veeeeeez —chilla la causante de todos mis males
reventándome el tímpano derecho.
La dejo en el suelo para que corra de nuevo hacia la
ridícula estructura y me giro hacia el banco en el que la nani parece estar
totalmente absorbida por el móvil, aunque la delata una ligerísima sonrisita.
Será perra. Aprieto los dientes y me preparo para recibir un nuevo ataque aéreo
del torbellino rubio.
Yo ahora tendría que estar averiguando el código de entrada
del despacho del hijo mayor del capo y no aquí recibiendo accidentales patadas,
rodillazos y tirones de pelos. Además, mi espalda no va a resistir muchos
empellones más. La niñera se está riendo
descaradamente oculta tras la pantalla. No puedo verlo claramente, pero estoy
segurísimo. Esta se la guardo. Ya le desaparecerán algunos miles de euros de su
cuenta bancaria. O quizá la borre del sistema de salud. No. Mejor, mejor. ¡Voy
a incluirla en la lista de delincuentes por delitos sexuales! Ríete mientras
puedas desgraciada.
—Mariooooooo —Y dale con mi nombre. Me lo va a desgastar.
Aunque, si lo pensamos bien. Ni siquiera es mi nombre real y juro que nunca más
volveré a utilizarlo. Lo quemaré en mi memoria con el fuego del infierno hasta
hacerlo desaparecer hasta de mi subconsciente. Nunca he acabado con la vida de
nadie, pero siempre hay una primera vez para todo y esta enana se está ganando
a pulso el honor de graduarme como asesino.
Ya casi cae la noche cuando la niñera por fin se decide a
intervenir.
—Señorita, ya he llamado a Ramón para que venga a
recogernos. Estará aquí en unos minutos, así que prepárese para marcharnos
—Nooooo —gime el pequeño monstruo incansable.
Síiiiiiiii. Por fin. Me duelen hasta músculos que no sé cómo
se llaman. Incluso, algunos que ni siquiera sabía que existían. Creo que, por
hoy, mejor me meto en la cama. No creo ser capaz ni de pensar en algo
mínimamente coherente. Maldita cría pegajosa. Me ha agarrado la mano y no la ha
soltado en todo el viaje de vuelta sudándomela por completo. He pillado al
chófer mirándonos de nuevo con expresión de atontado. Se le caía la baba con la
escena. Decidido. Primero me la cargo, luego desaparezco de la mansión con lo
que tenga y luego ya veremos.