viernes, 9 de mayo de 2025

Cómo empezar tu novela: Ficha de personaje. Cala Martín. Humo

 


Marta sonrió traviesa y yo me temí lo peor. Tiene muchas ideas, pero ninguna buena.

—Propongo un juego.

Qué miedo.

—Cada uno de nosotros le hará una pregunta a Cala que deberá de responder con total sinceridad.

— Me parece una tontería. Paso—respondí sin dejar que acabara la frase.

—¡Venga ya! —protesto Marta muy contrariada—A veces con estos juegos se da con la clave de los problemas—insistió tozuda.

—¿Hablando de mí vamos a resolver por qué esas cosas quieren matarme y el tabaco salvarme la vida? —argumenté escéptica.

—¿Qué puedes perder? —la apoyó de improviso el más tonto del grupo.

Santi parecía entusiasmado con la propuesta y no le amedrentaron mis miradas asesinas. Todavía se empecinaba en llevar pañuelos al cuello a pesar de que ya no tenía nada que ocultar.

Gasté mi último cartucho girándome hacia el profesor, pensado que se pondría de mi lado, pero me arrepentí en cuanto vi su expresión.

—Me parece una idea excelente—aseguró, decepcionándome profundamente —. Empiezo yo: ¿Te consideras buena persona?

—¡Qué clase de pregunta estúpida es esa! —Si empezamos así, mal vamos—. Claro que soy buena persona.

—Bueno, tienes tus cositas—me interrumpió mi supuesta mejor amiga —. Hace unos días le diste una patada al gato de la vecina—me reprochó con disgusto.

—Lo aparté con el pie— Hay que ver cómo cambia la historia según quién la cuenta—. Lo aparté con suavidad —recalqué de nuevo— para que la maldita bola de pelo no se nos volviera a colar en casa.

—¡Pero si los gatos son adorables! —se le escapó a Santi.

—Y tú gilipollas—Contrataqué picada.

Qué tiene que ver que sean adorables con que me llenen todo de pelo.

—Cómo se nota que la que limpia soy yo —le eché en cara a Marta con inquina.

Si era cuestión de repartir, aquí había para todos.

—No estamos hablando de mí, Cala. Céntrate —me pidió ella muy digna.

Tendrá morro.

—Es que no entiendo la pregunta—estallé —. Nadie es perfecto, ¿vale? ¿Qué importa lo buena persona que sea?

—Estoy intentando determinar si es un castigo de Dios a tu maldad —me explicó el académico como si yo fuera una de sus alumnas más torpes.

¿Me está insultando? Me está insultando, ¿verdad? No me lo estoy imaginando. Me ha llamado malvada por la cara.

Respiré hondo tratando de encontrar algunos restos de la poca paciencia que me caracterizaba.

—Está bien. Cambio la pregunta —cedió pacificador —. ¿Cómo te sientes al tener que elegir entre perder tiempo de vida o morir asesinada?

—¡Pues de puta madre! —vuelvo a perder el control—. ¿Cómo te sentirías tú, viejo de mierda?

El profesor dio un respingo. Seguro que él no se considera mayor. Pero a mis veintitrés años, todo el que supera los cuarenta me parece ya en la senectud. Aunque, claro, se me olvidaba que mi tiempo biológico ya no es el de una veinteañera. ¿Cuánto más envejeceré hasta que esto se acabe? Si es que se acaba. Me deprime pensar en eso.

—Siguiente pregunta —dije en un tono que no admitía réplica.

—Me toca —exclamó alegremente nuestro médium rompiendo la tensión en el ambiente—¿Qué sueles cantar en la ducha?

Marta soltó una fuerte carcajada.

—¿Te la estás imaginando desnuda? —le soltó al estrafalario chico a bocajarro.

—¿Q q q qué? ¡No! —tartamudeó tan rojo que pensé que explotaría en cualquier momento.

A mí también se me subieron un poco los colores, pero es que no aguanto esas bromas. No es que no tenga sentido del humor. ¡Claro que lo tengo! Pero me revienta que me cosifiquen como objeto sexual sólo porque estoy bastante buena. También soy lista, ¿vale?

—No canto en la ducha. Siguiente pregunta—corté por lo sano.

—¡Mentirosa! —exclamó demasiado fuerte Marta— Canta unas canciones terribles sobre héroes, dioses, demonios, brujas… —le explicó al resto, la muy traidora.

—Es folk metal español que se basa en música celta, ignorante. No tienes ni idea porque sólo escuchas esa mierda electrónica que da dolor de cabeza.

Un sonido inarticulado salió de su garganta mientras abría desmesuradamente los ojos.

—¡Cómo te atreves! —gritó más que habló, dejándome sorda del oído izquierdo— A lo mejor estás metida en esta mierda por tus cánticos satánicos en la ducha, perra.

—Bueno, bueno. Calma —intervino el profesor —. Centrémonos, que nos van a dar las uvas y nunca se sabe cuándo le van a entrar a Cala las ansias de fumar.

—¿Te están entrando ahora? —inquirió asustada mi amiga.

—No, lo que me están entrando son ganas de estrangularos —argumenté con mi expresión más feroz.

Pero no tuvo el mayor efecto sobre ellos: una psicóloga en potencia, un médium travesti y un profesor friki de lo arcano. Esos eran los que me iban a sacar de ésta. Pues ya podía ir encargando mi ataúd.

—Me toca a mí —anunció con voz cantarina Marta.

Algo en su tono hizo que me entraran escalofríos.

—¿Qué guardas en el segundo cajón de tu mesilla de noche?

La pregunta me cayó como una losa y entonces fui lo yo la que se puso como un tomate. ¡Será desgraciada!

—Las gafas de sol —aseguré con una voz que no parecía la mía.

—¿Y qué más? —insistió con pura maldad.

Ella sí que merecía ser castigada por un poder divino.

—Clínex.

—¿Y que maaaaaas?

Estaba claro que no iba a parar hasta que lo dijera.

—El Satisfyer ¿contenta?

La muy estúpida volvió a reír a carcajadas. Era tan inconsciente que no me extrañaría nada que toda esta situación de mierda le estuviera divirtiendo.

—Tan guapa, tan guapa, pero no se come un rosco y pasa las noches triiiste y soooola— canturreó, repelente como ella sola.

—Tú tampoco, que en tu cajón tienes condones caducados desde hace meses.

—Al menos yo soy optimista y tengo condones.

—Al menos yo no sigo colgada del cabrón de mi exnovio que me dejó hace años, ni intento llevármelo a la cama cada vez que me lo encuentro.

Los ojos cuajados de mi amiga hicieron que me detuviera de golpe. Me había pasado. Y mucho. Me mordí el labio inferior.

Santi le puso una mano en el hombro con delicadeza, pero ella se zafó con un movimiento brusco.

Un sentimiento de culpa se abrió paso por mis entrañas. ¡Qué coño! Ella también se había pasado. Le pediré perdón cuando me lo pida ella a mí. Por su culpa le estoy contando mis intimidades a dos desconocidos.

Otra sensación, que no tenía nada que ver con mi cabreo y que reconocí al instante, me invadió. Metí la mano en el bolsillo de mi pantalón y saqué la cajetilla.

Marta se puso más blanca aún.

Sin darme tiempo a decir nada, se levantó tirando la silla y se fue corriendo, dando un portazo.

Al profesor le faltó tiempo para seguirla, tropezando con sus propias piernas por el camino. Le costó un poco abrir la puerta, pero en cuanto lo logró se largó a grandes zancadas, dejándola abierta.

—Pero ¿dónde vais? ¡Cobardes! —les increpé dolida—Qué me van a ayudar, dicen. ¡Y se han pirado como si les hubieran puesto un cohete en el culo!

—Yo me he quedado—susurra Santi con voz temblorosa.

—Es que tú eres imbécil.

No me molesto en comprobar el efecto de mis palabras. Si se quiere ir también, que se vaya. Yo tengo que evitar mi próxima muerte. Saco uno de los cigarrillos, lo enciendo con ansiedad y me lo pongo entre los labios.

Santi no pierde detalle. Más le vale. Al final se ha quedado y eso le asegura un papel protagonista en lo que estamos a punto de ver.

jueves, 8 de mayo de 2025

Cómo empezar tu novela: tercera clase

El personaje

El personaje son deseos y conflictos.

Dónde no llega la información, comienza la imaginación.

Núcleo es el efecto de la focalización. El centro de la focalización de toda la historia va a girar alrededor del personaje o personajes principales.

La tercera persona que entra en la mente del personaje está en desuso.

Con el personaje principal se van a identificar los lectores. Va a sufrir y alegrarse con él. Todas las emociones que generamos van a ser en torno a ese personaje.

Los personajes tienen que tener altibajos, emociones, traumas, heridas… Eso es lo que nos va a identificar con el protagonista. Los personajes demasiados buenos no se perciben como reales. Nadie es absolutamente bueno, ni malo. Un personaje rico tiene que tener conflictos, traumas.

Los personajes demasiado planos no invitan a la reflexión.

Toda novela cuenta la historia de cambios, de una evolución. Todo personaje empieza en el punto A y termina en el punto B.

Un buen protagonista acaba determinando el destino de una obra. A medida que se va conociendo al personaje la historia que tenemos en mente suele cambiar. A veces el protagonista es esclavo del argumento, pero cuando un personaje comienza a tomar fuerza impone su ley. Para tener un personaje rico y llegar a conocerlo hay que hacerle preguntas. Sobre todo, hay que estudiar su pasado y circunstancias.

Existen tests para conocer a los personajes, algunos más genéricos y otros más raros. Con preguntas cómo ¿Qué tiene en el cajón de su mesilla de noche? ¿Tiene algún vicio? Piensa un momento feliz del personaje. Piensa un momento en el que tu personaje se comportó de un modo cruel. Define a tu personaje con dos palabras: un sustantivo y un adjetivo.

Cualquier pregunta, por muy tonta que sea, dice algo del personaje. Hay preguntas más importantes y otras menos, pero todas sirven para conocerlo.

No toda esta información se va a ver reflejada en la novela de forma visible, pero es muy útil para que el autor pueda desarrollar un buen personaje.

También se le puede hacer una entrevista al personaje, que no tiene por qué aparecer en la novela, peor ayuda a conocerlo y a organizar la trama.

Hay que enamorarse un poco de los personajes u odiarlos, pero no pueden dejar indiferente. Tienen que apasionar por un extremo u otro.

Etopeya del personaje

Etopeya del personaje se refiere a su mundo interior. La psicología del personaje.

Ceder una parte de ti mismo al personaje es muy interesante. Eres tu personaje y no lo eres. Está bien darle una parte de ti a tu personaje, pero, excepto que se trate de una autobiografía, no eres tú. Y no hay que confundirse. También hay que aprovechar para salir de nuestra zona de confort. Es interesante explotar al payaso o al filósofo que te habita y entregárselo a tu personaje. Complícale la vida a tu personaje. Dale esperanzas cuando se hunda y abátelo cuando se encuentre bien. Sed extremos.

Cuando se hunda le podemos ayudar y al contrario.

Es importante cómo abordáis las cosas. No lo cuentes, muéstralo.

Por ejemplo, si decimos “Rodrigo era una egoísta” no sentimos el egoísmo de Rodrigo. Para conseguir que los sintamos hay que apelar a imágenes que lo expresen. Hay que tener una imagen muy visual de los personajes para empezar a quererlos u odiarlos.

Prosopografía del personaje

La prosopografía del personaje se refiere a su aspecto físico. Es interesante entregarles una cualidad física que les distinga de todo el mundo.

Ejemplo: La cicatriz y las gafitas de Harry Potter.

Las descripciones físicas literales con datos de altura, peso. Color de pelo y ojos, etc… se olvidan fácilmente. No hace falta describir físicamente al detalle. A veces el autor no describe físicamente en detalle a un personaje, pero el lector se hacía una imagen muy clara de él. Por ejemplo, Ana Karenina de Lev Tolstoi.

Tenemos que ser como los caricaturistas: resaltar el defecto o elemento diferenciador. Hay que hacer una caricatura del personaje.

 

miércoles, 7 de mayo de 2025

Cómo empezar tu novela: Habitación 313. Capítulo 1

 




—¿Me está escuchando?

Vuelvo de golpe a la realidad.

Mi interlocutor hace ridículas señas con las manos para captar mi atención.

—¿Ha escuchado lo que le he dicho? —insiste.

Claro que no lo he escuchado. Estoy en shock, neandertal insensible.

—Disculpe, ¿me lo puede repetir?

El armario de músculos que tengo enfrente gruñe por lo bajo, respira hondo y vuelve a la carga.

—¿Podría decirme lo que recuerda de la pasada noche?

Estrujo la servilleta dentro de mi puño y hago un esfuerzo supremo por concentrarme. Me duele muchísimo la cabeza.

—Llegué de trabajar, me duché, me puse el pijama y cené viendo “Sin tiempo para morir”. Cuando acabó la película, me fui a la cama y me despertó un chillido ensordecedor en esa maldita habitación.

—La 313 del Hotel Mirador—apuntó mi interrogador.

—Sí. Supongo. No me fijé. Los cadáveres que compartían cama conmigo concentraron toda mi atención, ¿sabe? ¡Por lo que sea! —estallé.

—Cálmese… ¿Cómo ha dicho que se llama?

—Carla Higuera Ramos. Lo sabe perfectamente. He visto cómo lo apuntaba —señalé indignada.

—¿En eso sí que se ha fijado? —soltó burlón.

¿En serio? ¿En serio? Me despierto en una habitación de hotel, sobre una cama destrozada, rodeada de cuerpos sin vida y este… este… este animal… ¿se lo toma a broma?

—¿Suele tomar drogas?

—Vale. Se acabó. Quiero irme a mi casa. Ahora mismo.

Me levanto a la vez que él. La verdad es que su altura intimida. No es excesivamente alto. Es que yo soy bastante bajita. Y no tengo tantos músculos inflados.

—Tranquilícese —repite, levantando las manos despacio.

—¡No me da la gana! ¡No se acerque! ¡¡Socorro!! —empiezo a chillar un pelín histérica.

No es para menos. Hace unas escasas horas me he despertado en una habitación de hotel que no sabía ni que existía. ¡Desnuda! Rodeada de gente muerta. ¡También desnuda! Con una señora en uniforme gritando como una loca. Eso haría perder los nervios a cualquiera.

¿Por qué no entiende eso el inspector musculitos y me da un poco de tregua?

Se abre la puerta y asoma la nariz una agente tan menudita como yo, con una carpeta en la mano.

—Señora Higuera, por favor, tranquilícese.

¿Señora? Ya me cae mal.

—Señorita, si no le importa —le bufo sentándome de nuevo.

La verdad es que no sé por qué le he hecho caso, pero vuelvo a estar sentada en la incómoda silla, con la mesa de metal que me separa del neandertal y ante el vaso de papel con el asqueroso café que me ha traído hace poco la misma chica que ahora se acerca a nosotros con gran cautela. Como si tuviera miedo de que saliera corriendo en cualquier momento. Ya me gustaría. Pero me encuentro en una comisaría y no creo que llegara muy lejos. Casi que prefería el hospital e esta mañana, pero determinaron que lo único que tenía era desorientación por el shock; así que me facilitaron una ropa feísima, que a saber de dónde la sacarían, y me trajeron a esta sala horrible y fría.

—Disculpe, quería decir señorita Higuera. Por supuesto —recula con amabilidad—. Puedo proseguir yo con el interrogatorio si así lo desea —me sugiere ganándose una mirada envenenada de su compañero.

Se me escapa una corta carcajada.

—No le tengo miedo al neandertal —aseguro muy digna—, pero puede quedarse si quiere —termino la frase rápidamente. Antes de que se vaya.

Si el gorila es el poli malo, esta será la buena, ¿no?

—¿Nendertal? —oigo que masculla su compañero por lo bajini.

Al final lo he dicho en voz alta. ¡Vaya por Diós! Pero es que podría tener un poquito más de sensibilidad.

Su compañera le hace un gesto tranquilizador y se sienta en la silla vacía, junto a él y frente a mí. Me mira con amabilidad y un poquito de pena. ¡Por fin! Bueno, la pena se la podría meter por el…

—¿Podrían contarnos todo lo que recuerde de esa noche? —me suelta tan pancha.

Otra veeeez. Me masajeo las sienes, desesperada.

—Ya se lo he dicho a él. Me duché, cené, vi una peli, me fui a dormir, me desperté rodeada de cadáveres. Fin.

Ambos se miran durante un segundo.

—¿Nos podría decir su nombre completo?

¿En serio? ¿Esta tipa me está tomando el pelo?

—Carla Higuera Ramos—repito con un tono un pelín agresivo. Pero es que no es para menos. Esto no está avanzando y yo lo único que quiero es irme a mi casa. ¡Ya!

Los dos policías se vuelven a mirar y la chica saca una foto de su carpeta.

—¿Conoce a esta persona? —me pregunta sin perder un ápice de su amabilidad.

Observo a la chica rubia que me sonríe desde el papel satinado. Está demasiado maquillada para mi gusto. Y su estilo es bastante hortera, la verdad. Ojos azules muy grandes, una nariz un poco achatada, labios gruesos… Demasiado. Yo diría que han visto algún quirófano… Pero la cosa es que no tengo ni idea que quién puede ser.

Niego con la cabeza.

—¿Debería? —pregunto un tanto desconcertada.

—Teniendo en cuenta que es Carla Higuera Ramos, a lo mejor sí que debería—apunta el Neandertal con voz repelente.

Su compañera le dirige una mirada de reproche, pero enseguida vuelve a concentrarse en mí.

—Por favor, señorita, mentir sólo empeora la situación —me explica con delicadeza—. Podría empezar por decirnos su verdadero nombre.

—¡Carla Higuera Ramos! —Chillo fuera de mí —. Y sí. Les he mentido en algo. No vi “Sin tiempo para morir”. Estaba viendo “Cómo perder un hombre en 10 días”. ¡¿Contentos?!

El hombretón da una palmada sobre la mesa y se incorpora hacia mí de forma amenazadora. Es el poli malo. Lo sabía. ¡Lo sabía!

—¡Basta ya, loca de los coj…!

—Vale, vale —le corta su compañera, apaciguadora —. Tranquilízate, Abel…

—Qué se tranquilice su pu…

—¡Se tranquiliza usted! —Le amenazo colocando mi dedo índice justo entre sus ojos. Lo que hace que se quede bizco por unos segundos.

Pienso que me lo va a morder, pero no. De todas formas, lo retiro rápidamente. Por si acaso.

El llamado Abel se pasa una mano por el pelo, alborotándoselo aún más de lo que lo tiene. No es feo, pero lleva una pinta horrible.

Y seguramente ambos me dijeron sus nombres en algún momento, pero no tengo la cabeza para esos detalles. Parece que me va a estallar de un momento a otro.

Creo que la chica se llamaba Ana. O Inés. O Mariana. ¡O yo que sé!

Me estoy mareando.

Me estoy…

lunes, 5 de mayo de 2025

Cómo empezar tu novela: Un tipo normal. Capítulo 1

 


Terminé, salí del sistema, saqué el pendrive y lo deslicé por el bolsillo del delantal. Tras lo cual, con el sigilo con el que sólo yo sé moverme, me deslicé fuera de la habitación como un gato en la noche sin luna más oscu…

—¡Marioooooooo! — La voz aguda y chirriante me taladró los oídos segundos antes de notar el fuerte impacto contra mis piernas. Logré recuperar el equilibrio por los pelos. Miré hacia abajo con el ceño fruncido porque ya sabía lo que me iba a encontrar.

—¡Mariooooooo! —volvió a chillar la personita rubia que se aferraba a mí como si fuera lo único que pudiera salvarle la vida.

—Sssssssh sssssssh—le chisté al borde de un ataque de pánico.

Si me encontraban allí me iba a resultar muy difícil explicar la situa… Un sutil ruido hizo que un escalofrío me recorriera la espina dorsal de arriba abajo.

Intuí la presencia antes de verla aparecer por el arco de la puerta. Unos segundos después, la imponente ama de llaves se asomó con cara de pocos amigos.

—Qué hacen aquí—ladró.

—Tamos jugaaaaando —volvió a vociferar el pequeño monstruo todavía adosado a mi persona—¡¡Le enconté!! —anunció rebosante de felicidad apretando aún más el agarre.

El gesto de la ogra, guardiana de la mansión, se dulcificó ligeramente y yo comencé a respirar de nuevo. A lo mejor hasta me libraba gracias a la misma persona que me había metido en el lío.

Intenté sonreír con mi aspecto más inocente. Y les aseguro que las apariencias de inocencia las clavo. Claro, que nunca me había visto en una situación semejante, con un incordio de cría boicoteando mi trabajo a cada paso que doy.

—Señorita Claudia —le reprendió el ama de llaves con un tono más dulce del que seguramente pretendía —. No se coma las letras. Hable bien. Ya sabe que al señor le molestan los ignorantes.

—Zí, Mabel—contestó la pequeña con un mohín de contrariedad.

¿Por qué le piden peras al Olmo? Se ve a la legua que la cría no tiene ningún interés que mejorar su dicción.

—Me tocaaaaaa—gritó la pequeñaja soltándome por fin, esquivando a la robusta señora y trotando como una cría de elefante por el pasillo

Ya era oficial. Me había dejado sólo ante el peligro.

El peligro me miró de arriba abajo frunciendo aún más el ceño.

—Y usted es…

No es raro que no me recuerden. El peinado, la expresión de mi cara, la postura corporal…. Todo está medido para ser anodino, corriente y, en definitiva, invisible. Esa es la clave de mi éxito. Pero ahora, la maldita ama de llaves me estaba viendo. Viendo de verdad. Fijándose en mí. Esta no te la perdono pequeño demonio.

Tragué saliva y contesté con tono monocorde.

—Mario Navarro —Un nombre ni muy común, ni muy extraño. No llama la atención en ningún sentido —. Comencé a trabajar aquí el martes de la semana pasada —Nunca hay que dar fechas exactas, pero sí dejar claro el dato principal. Nada que llame la atención ni por un lado ni por el otro.

Mabel, para la niña, y la señora Ramos, para mí, me dio un último repaso, asintió y se apartó de la puerta para dejarme pasar.

—No me suena que pertenezca al equipo de limpieza que se ocupa del despacho del señor Montalvo. ¿Cómo ha logrado acceder a esta estancia? —comentó de una forma que a mí me pareció bastante amenazadora. Me estrujé las neuronas, pensando a toda velocidad.

—La puesta estaba entreabierta— A veces lo más sencillo es lo más verosímil. Que se lo crea. Por favor, que se lo crea.

Redoblé mis esfuerzos por parecer un pobre desgraciado de lo más inocente y ella pareció notar el impacto de mis encantos de normalidad e insulsez.

—Entiendo que la señorita Claudia puede ser a veces muy convincente y persistente, por decirlo de alguna manera, pero hay líneas que no se pueden cruzar —El final de la frase la pronunció endureciendo el tono y entrecerrando los ojos.

Mala señal. Malísima señal. Creo que se ha quedado con mi cara.

—Entenderá que no esté permitido que el personal doméstico se mueva a sus anchas por la casa— continuó sin el menor rastro de la ligera dulzura que había usado con la niña.

Tragué saliva ruidosamente mientras asentía. A veces un silencio es más conveniente que cualquier frase que se me pueda ocurrir.

—Veo que lo ha entendido, señor Navarro—Mierda. Se quedó con mi nombre—. Espero no volver a verle fuera de su área de servicio.

—Sí, señora—susurré con los ojos tan bajos que casi me clavaba la barbilla en el pecho.

Y, sin esperar ni un segundo más, pasé frente a ella, atravesé la gruesa puerta de madera noble, de la que me había costado un sufrimiento hackear el código, y me alejé por el pasillo con un medido paso tembloroso del que sabe que ha hecho algo malo por ignorancia y no para robar importantes datos acusatorios con el fin de venderlos por una más que jugosa cifra al mejor postor.

Se me presentaban varios problemas. El primero, todavía me quedaba por explorar los dispositivos del hijo mayor para sacar mayor rendimiento a mi trabajo. Segundo, no podía lanzar al mercado lo que tenía aún porque era obvio que había dejado de ser invisible y si se daban cuenta de lo que hacía, la noticia se correría como la pólvora. Y, tercero, ¡qué tercero ni qué porras! El mayor y único problema del que colgaban el resto era esa niña. Esa maldita mocosa que fijó sus inocentes ojitos en mí desde el primer día y desde entonces no me deja en paz. ¿Por qué? ¡¿Por qué?! Hay empleados más guapos, más simpáticos, más inteligentes, más tontos, más todo. En eso se basa mi fachada. En no destacar en nada. Y, de repente, a la personita más escandalosa del organigrama le da por encapricharse del personaje más gris de la ecuación. Cómo esto siga así voy a tener que tomar medidas contundentes. Sí. No es la primera vez que me toca deshacerme de algún inoportuno…

—¡Mario! —Hablando de la reina de Roma —. No haz contado. Tienes que contar azí: uno dooooooz, teeeees…

Ya sabe contar, pero no es capaz de hablar correctamente. Si es que para lo que quiere es muy lista.

Yo también cuento para mí mismo para conservar la calma. Respiro profundamente y…

—Señorita Claudia, no puedo jugar. Estoy trabajando.

Ahí están. Los ojos cuajados, la boquita torcida, la respiración cada vez más acelerada y finalmente el llanto desaforado. ¡Así es imposible pasar desapercibido!

Una de las doncellas cruza el pasillo lanzándome una mirada de desaprobación, pero no se para a atender a la chiquilla, la muy bruja.

Ha llegado la hora de tomar decisiones. Primera, desaparezco por un tiempo, algo muy poco recomendable en mi profesión si no quiero que se coman mi tortilla. Segunda, simular un accidente con cierta niña y aprovechar la desolación familiar para acabar con mi misión actual, aunque si esto sigue así será muy difícil poner a circular la información sin que alguien piense en mí. Lo que significa que no puedo perder más tiempo.

 —Señorita Claudia, cálmese. ¿Qué le parece una carrerita por las escaleras?

—Zíiiiiii

El torbellino sale disparado hacia la escalinata del final de pasillo sin comprobar si la sigo. Perfecto. Ahora sólo necesita un empujoncito y…

—¡Claudia! No corras por los pasillos. Te lo he dicho millones de veces.

Un hombre joven, agarra a su hermana en plena carrera y la carga en brazos. Es el mayor de todos. El que ostenta un puesto importante en la organización y me puede abrir la puerta a muchos millones.

Me quedo todo lo rezagado que puedo para evitar llamar su atención.

—Mario no quiere jugá conmigooooo. Pablo, dile que juegue conmigoooo.

Maldita cría del diablo.

Como no, Pablo repara en mí.

—Mario hace muy bien—le conmina a su hermana—. Dile a tu nani que te lleve al parque. Hoy hace un día estupendo.

—¿Venes conmigo? —inquiere la pequeña llena de ilusión.

—No cariño. Tengo que trab…—Otra vez lo berridos del angelito me taladran los oídos.

Su hermano me mira por encima de sus rizos rubios con algo que se podría definir como desesperación. Tengo un mal presentimiento.

—¿Qué te parece si os acompaña… esteee… Mario, ¿verdad?

—Ziiiiiii

Nooooooo. Ahora sabe mi nombre.

Definitivamente, tengo que arreglar este problema ya mismo.

Pero, por el momento, me veo con la cría y su niñera ante uno de los coches familiares rumbo a un puñetero parque infantil y sin poder hacer mucho para evitarlo. ¡Ni mucho ni nada! Sin poder hacer nada para librarme de este infierno.

—Buenos días, señorita Claudia —oigo que saluda el chófer al pequeño monstruo.

Sin dilación, le abre la puerta y la ayuda a ocupar su lugar sin esperar que la nani y yo nos acomodemos. Bien, bien. Somos del servicio. Es decir, invisibles. Empiezo a sentirme mejor. Un poco más animado, me acomodo en uno de los asientos traseros, porque el del acompañante es ocupado por la niñera con la rapidez del rayo. La explicación es obvia: el chófer está como un tren. Es un dato objetivo. No es que me gusten los hombres, aunque tampoco me vuelvo loco por las mujeres. La verdad es que no tengo mucho éxito en el apartado romántico, ni me entusiasma que nadie repare en mí. No soy una persona muy pasional que se diga. Más bien pragmática y racional al 100%.

Nada más arrancar, la maldita cría se quita el cinturón y se tira sobre mí.

—Pero qué coñ…. Digo, señorita vuelva a su sitio y abróchese el cinturón—le exijo recomponiéndome a marchas forzadas de la sorpresa.

El vehículo disminuye la velocidad hasta quedar parado, mientras yo obligo a una niña muerta de risa y que se retuerce como una lagartija a volver a su lugar. Puede que le apretara el cinturón un poco más de la cuenta, pero ella ni se inmuta y sigue con su juego de escapismo. Ya le apretaba yo el cuello, ya. Pero cada cosa a su tiempo.

—Atenta a la ventanilla, señorita Claudia. Vamos a contar coches rojos y el que vea más, gana.

Era un juego que hacía de niño y parece que funciona con el pequeño diablo rubio. Por fin, logro que se quede en su sitio, aunque totalmente encorvaba hacia el cristal en una postura muy poco natural. Me lo tomo como una prueba de mis sospechas de que está poseída.

Vuelvo a mi sitio y me percato de que la niñera me está mirando fijamente con una expresión de “ves lo que tengo que aguantar” nada disimulada. Desde el reflejo del espejo delantero, el chófer también me mira con una actitud difícil de identificar. Algo parecido a ¿ternura?

Me sonrojo ligeramente por la ira y me giro hacia la ventanilla intentando fundirme con la tapicería. Otros que se van a quedar con mi cara.

 

Por fin nos ponemos en marcha y no tardamos en aparcar en el parking de un enorme y opulento parque de esta urbanización de multimillonarios. Menos mal, porque ya no podía soportar la caótica cuenta de coches rojos.

—Tres mil ochenta mil coches rooojoooos—canturrea Claudia a la par que se quita el cinturón con sorprendente habilidad y salta sobre mí para abrir la puerta del coche. Llamadme loco, pero ¿no hubiera sido más fácil salir por su lado sin atropellar a nadie? No contenta con eso, me agarra del brazo y tira de mí hacia fuera gorjeando como una pajarraco bebé. O como creo que gorjea una pajarraco bebé.

No me queda otra que seguirla. Oigo un portazo a mis espaldas y supongo que será la niñera bajando del coche sin muchas ganas.

Ya podría echarme una mano o lo que fuera.

Pero no. Tras más de una hora corriendo tras un torbellino hiperactivo lleno de malas ideas, me queda muy claro que estoy sólo en esto.

—Cógeme, Marioooo —grita mi torturadora como una posesa.

Durante un milisegundo, me planteo retirar los brazos antes de que salte desde lo alto del castillito y me la imagino con el cuello roto en el pavimento de caucho del parque infantil. Qué satisfacción me produciría. Qué paz. Pero no lo hago.

Antes he mentido un poquito. Sí que he eliminado a personas potencialmente peligrosas para mí de la ecuación, pero no ha sido literalmente, más bien, haciéndolos desaparecer de la escena mediante trampas y encerronas perfectamente planeadas y elaboradas. No de una manera física relativa a dejar de respirar. Si no, mas bien, relacionada con mis extraordinarias habilidades como hacker informático. Y todas mis víctimas eran mayores de edad.

Este bicho no es un angelito precisamente, así que no voy a lograr convencer a sus padres de que la envíen a un internado creando pruebas falsas de un pésimo comportamiento. Estoy seguro de que, aunque apareciera cubierta de sangre de los pies a la cabeza y agitando el brazo arrancado de, yo qué sé, la cocinera, por ejemplo, entre las manos, sus progenitores ladearían la cabeza, abrirían sus bocas ligeramente y entonarían un empalagoso “Ooooooh” a duo.

Una pequeña rodilla se me clava en las costillas durante el torpe aterrizaje de la cría, dejándome sin aliento.

—Ota veeeeeez —chilla la causante de todos mis males reventándome el tímpano derecho.

La dejo en el suelo para que corra de nuevo hacia la ridícula estructura y me giro hacia el banco en el que la nani parece estar totalmente absorbida por el móvil, aunque la delata una ligerísima sonrisita. Será perra. Aprieto los dientes y me preparo para recibir un nuevo ataque aéreo del torbellino rubio.

Yo ahora tendría que estar averiguando el código de entrada del despacho del hijo mayor del capo y no aquí recibiendo accidentales patadas, rodillazos y tirones de pelos. Además, mi espalda no va a resistir muchos empellones más.  La niñera se está riendo descaradamente oculta tras la pantalla. No puedo verlo claramente, pero estoy segurísimo. Esta se la guardo. Ya le desaparecerán algunos miles de euros de su cuenta bancaria. O quizá la borre del sistema de salud. No. Mejor, mejor. ¡Voy a incluirla en la lista de delincuentes por delitos sexuales! Ríete mientras puedas desgraciada.

—Mariooooooo —Y dale con mi nombre. Me lo va a desgastar. Aunque, si lo pensamos bien. Ni siquiera es mi nombre real y juro que nunca más volveré a utilizarlo. Lo quemaré en mi memoria con el fuego del infierno hasta hacerlo desaparecer hasta de mi subconsciente. Nunca he acabado con la vida de nadie, pero siempre hay una primera vez para todo y esta enana se está ganando a pulso el honor de graduarme como asesino.

Ya casi cae la noche cuando la niñera por fin se decide a intervenir.

—Señorita, ya he llamado a Ramón para que venga a recogernos. Estará aquí en unos minutos, así que prepárese para marcharnos

—Nooooo —gime el pequeño monstruo incansable.

Síiiiiiiii. Por fin. Me duelen hasta músculos que no sé cómo se llaman. Incluso, algunos que ni siquiera sabía que existían. Creo que, por hoy, mejor me meto en la cama. No creo ser capaz ni de pensar en algo mínimamente coherente. Maldita cría pegajosa. Me ha agarrado la mano y no la ha soltado en todo el viaje de vuelta sudándomela por completo. He pillado al chófer mirándonos de nuevo con expresión de atontado. Se le caía la baba con la escena. Decidido. Primero me la cargo, luego desaparezco de la mansión con lo que tenga y luego ya veremos.

domingo, 4 de mayo de 2025

Cómo empezar tu novela: Humo. Capítulo 1

 


La calle estaba desierta a esa hora de la mañana, pero no se respiraba ni un poco de paz, sólo la porquería que hay en el aire en cantidades industriales y el olor a mierda de perro. El alboroto chirriante de la avenida principal llegaba a mis oídos en todo su esplendor haciendo que un ligero dolor de cabeza se estuviera abriendo camino entre los pliegues de mi cerebro. Me sequé el sudor de la sien con el dorso de la mano mientras apoyaba el bolso en uno de los bolardos de la acera en la que se ubica el edificio de oficinas donde desfallezco cada jornada laboral. Odio el calor pegajoso del verano.

Rebusqué como una loca en el interior de mi enorme Tote. Estaba segura de que la había metido esa mañana, pero ahora no la encontraba por mucho que ahondara esquivando el móvil, los pañuelos de papel, el neceser con el maquillaje de emergencia, el monedero…. Buscaba una flamante cajetilla nueva que había comprado ayer en el estanco de al lado de casa. La maldita se resistía a aparecer en un momento de urgente necesidad. De verdad que mi cuerpo pedía a gritos calmar nervios a base de nicotina.

Los espejos de la fachada del complejo me devolvieron mi imagen: una preciosidad morena con un uniforme azul marino, extremadamente desfavorecedor, y con cara de acelga, a punto de sufrir un colapso nervioso.

Estaba siendo un día especialmente difícil. Se ve que hay gente que piensa que recepcionista significa chica para todo. Encima mi compañera no había aparecido y se pensaba que podía justificarlo con un escueto mensaje de no sé qué sobre una urgencia. Al jefe no le ha hecho ninguna gracia. Y claro, lo estaba pagando conmigo. Cómo si no tuviera ya suficiente marrón encima.

Como broche de oro a la jornada, el maldito tabaco seguía sin aparecer. ¿Se me habría caído al sacar la tarjeta del metro? Me estaba poniendo bastante nerviosa y no ayudaba la sensación de que alguien me estuviera mirando fijamente.

Alcé la vista y me encontré con unos ojos azules bastante impactantes y tristones. Le pertenecían a un viejo que lucía unas cicatrices tan impresionantes como sus ojos. Y unos músculos bastante inusuales en la tercera edad. De joven debió ser todo un bombón, pero ahora, el repaso que me estaba dando me resultó bastante desagradable. Este viejo verde se creerá que aún está bueno. Qué asco. Le devolví la mirada sin achantarme. Mi trabajo me obliga a ser ridículamente amable, pero ese tío no me sonaba que fuera de ninguna de las oficinas, así que podía quitarme la máscara y mostrar abiertamente mi repulsión.

—¿Necesita algo, abuelo? —le solté con toda mi mala leche y desprecio. Así intentaba recordarle la escandalosa diferencia de edad entre ambos. Lo que haría que no le mirara dos veces. No es por fardar, pero no estoy nada mal y suelo llamar bastante la atención. Si soy joven y guapa se dice y ya está.

El viejo me agarró la muñeca con delicadeza y me puso algo en la mano, sobándome más de la cuenta. Me pareció repulsivo, pero sentí algo muy familiar entre los dedos y no la retiré: Una cajetilla de tabaco. Casi sonreí del alivio. Necesitaba Nicotina ya. Menuda jornada mañanera llevaba a mis espaldas.

Me volví de nuevo al viejo con algo más de amabilidad. Ya se sabe que es de bien nacidos ser agradecidos. Me dio la impresión de que iba a decirme algo, pero en el último momento apartó su mirada triste y se fue, sin más, por la estrecha calle, hacia la avenida principal. Temblaba ligeramente. Como si estuviera conteniendo sollozos. O eso me pareció a mí. Me dio un escalofrío por toda la columna vertebral que me dejó aún peor cuerpo. Menuda mañanita.

Miré la cajetilla. Estaba llena. Tabaco gratis. No iba a quejarme, ¿verdad? Por fin algo de luz en un día de mierda.

De repente, me entraron unas irresistibles ganas de fumar. Ya quería desde el principio, pero ahora casi sentía que me ahogaba si no me metía, ahora mismo, un cigarrillo encendido en la boca y lo aspiraba como si no hubiera mañana. Nunca había sentido algo igual en mi vida. Qué vicio más malo. Lo sé. ¡Lo sé! Cuando se tranquilicen las cosas en mi vida, dejaré de fumar. Está vez de verdad.

Con la conciencia tranquila por mi reciente promesa en pro de la salud de mis pulmones, me puse el ansiado cigarrillo entre los labios y lo encendí anticipándome al placer que iba a proporcionarme la primera calada. Expulsé el aire despacio y el humo tomó formas demasiado concretas y reconocibles. Qué curioso. Volví a aspirar el humo y a soltarlo. La nueva tanda de humo se sumó a la primera, que se resistía a desvanecerse, e hizo aún más nítida una imagen en movimiento.

—Qué coño…

No me dio tiempo a decir nada más antes de escuchar el impacto y los gritos en el cruce con la vía principal. Me giré hacia el lugar del desagradable sonido y vi a lo lejos un cuerpo tirado en una postura de lo más antinatural y un coche girando a toda velocidad hacia mí. Sentí el fuerte deja vu en todos mis huesos y sin pensarlo demasiado, me aparté hacia un lado, estrellándome contra el suelo y esquivando el inminente atropello por los pelos. El vehículo se estrelló violentamente contra la recepción, atravesando la cristalera de espejos de la ancha puerta de entrada. Estaba viva, pero no ilesa. Me había estampado la coronilla con uno de los bolardos que exhibía la acera. Todo tal y como había visto que pasaba en las imágenes formadas por las volutas de humo…

viernes, 2 de mayo de 2025

Cómo empezar tu novela: Segunda clase

 Arte Poética, Eugéne Guillevic

«Me complace imaginar que mi lector es alguien más o menos como yo,

con buena fe y que deja entrar cosas dentro de sí mismo»

Eugéne Guillevic

Guillevic nos habla del proceso de la escritura poética a través de poemas.

Cuando estás en sintonía con tu novela llega un momento en que todo te encaja, todo va bien en la trama. Lo malo es cuando no tenemos nada que añadir a la novela.

Consejos para escribir comienzos de una novela

1- Hay que poner en marcha la historia son complejos. La mejor estrategia es una ataque rápido y frontal. Nada de descripciones aburridas. El personaje que mira a la ventana es una evidencia de tu falta de ideas. Una novela debería empezar con movimiento, con acción.

En La ventana indiscreta, Alfred Hitchcock hay acción desde el principio, aunque se trate de una persona que mira por la ventana.

El pasado del personaje sí importa y se mete poco a poco en la novela. No todo desde el inicio.

El primer capítulo sirve para presentar al personaje y los personajes hacen cosas.

No empecéis con una descripción porque no suele funcionar a la hora de enganchar a los lectores. Hay grandes novelas que empiezan así, pero suelen pertenecer a autores de otro tiempo. En la actualidad, se ha evolucionado a una manera de escribir más directa, que va más al grano y menos a largas descripciones.

Historia de dos ciudades, Charles Dickens. 

En el SXIX, la novela tenía otro ritmo porque no tenía la competencia del cine, televisión, etc… Los lectores de esa época no tenían tantos estímulos. Ahora los libros suelen centrarse más en la acción y los hechos que en las descripciones o largas reflexiones.

2- Información sobre personajes, lugar en el que se sitúa la acción o una época de tiempo determinada. Lo que se suele llamar el cronotopo (tiempo y lugar)

3- En los inicios de las novelas se especifica el tipo de narrador, el tiempo verbal, el tono, la atmósfera de la trama… Es como un contrato que se extiende al lector y romper las normas de ese contrato suele tener consecuencias. No podemos cambiar de repente estos elementos por que sí.

4- Comenzar hablando del tiempo es otro defecto muy habitual: “Era una noche oscura y tormentosa…”

5- Es importante sorprender al lector, llamar su atención, ser intrigante. Ese primer capítulo es como una primera cita de Tinder. Has quedado con le lector, al que no conoces, y quieres mostrarte interesante, mostrarte un tanto misterioso, seducirlo. Es importante mostrar información, pero sin resolverlo todo. Es un ejercicio de seducción. Hay que buscar la extrañeza en el lector.

6- Hay que plantear un conflicto cuanto antes, algo que mueva la historia.

Crónica de una muerte anunciada, Gabriel García Márquez

7- Hay que anticipar la historia sin miedo, pero sin pasarse con la información que se facilita.

8- No se debe acumular nombres de personajes en un principio, porque el lector los olvida con facilidad. Se podría comparar a esos momentos en el que alguien te presenta a muchas personas de una vez y vas olvidando los nombres según los vas escuchando. Esto tiene que ver con la saturación de información al lector.

Grandes pechos, amplias caderas, Moyans (Fei rung, fei tung. Hay musicalidad en el idioma original (chino).

9- El primer capítulo debe sumir al lector en una especia de trance. Lo sumerge, lo hipnotiza. El escritor debe mostrar autoridad frente al lector, convirtiéndose en una especia de Sherpa, sensei e ilusionista. Si cuento la historia con autoridad, introduciendo elementos verosímiles o reconocibles para el lector, éste hará un acto de fe con lo que cuento. Hay que entrar en muchos detalles para crear nuestro universo.

Paradójicamente, el principio se suele escribir al final. Hay que hacer pruebas preliminares para encontrar el tono de tu novela. El primer capítulo de la novela hay que escribirlo cuando ya se sabe toda la trama ( o casi toda) y se suele reescribir muchas veces.

Normalmente, el escritor escribe muchas páginas no publicables para intentar encontrar el tono y construir la novela porque se habla de detalles que ayudan al buen desarrollo de la trama.

Los nombres que acaban en ía (como María, Lucía o Sofía) se desaconsejan porque riman con los verbos en pretérito imperfecto de las conjugaciones acabadas en -er e -ir y rompe con la musicalidad de las frases.

Para consultar información sobre los nombres y apellidos más o menos corrientes en una región española se usa la web del Instituto de Estadística Español (INE). También existen generadores de nombres para todo tipo de géneros y ambientaciones en internet.

Matadero cinco, Kurt Vonnegut no sigue una linealidad temporal y es muy sorprendente. El primer capítulo consta de un par de páginas.

Libros sobre bipolaridad:

La broma infinita o El rey pálido, David Foster Wallace

El club de los mentirosos, Mary Karr

Las vírgenes suicidas, Jeffrey Eugenides